jueves, 27 de agosto de 2020

 

 


 AUDIOCUENTO: https://drive.google.com/file/d/1IFeZBVxV8dtesZbKIkncMJqWU_VAKeO7/view?usp=sharing

LA CIUDAD

Existía una ciudad a la que todos querían llegar. Era un sitio en el que se vivía en paz, en armonía, en la que todos aportaban al conjunto de sus habitantes sus habilidades. En realidad, todos, absolutamente todos, tienen algún don. Pues bien, en esa ciudad, todos hacían lo que mejor sabían hacer, y lo mejor posible. Todo se puede hacer mejor, tus habilidades las puedes llevar al nivel de la excelencia. Había personas que pensaban que sólo se trataba de una leyenda, de un cuento, y se reían de aquellos que les brillaban los ojos al hablar de esa ciudad y de su voluntad de trasladarse a ella. No sólo no concebían que pudiera existir un sitio de ese estilo sino que, además, se reían y menospreciaban a los que sí creían en ella. Cuantas veces se escuchaba los calificativos de: “qué persona más ilusa”, “vive en otro mundo”, “eso no es posible”, “trabaja y déjate de historias”. Sin embargo, se les olvidaba algo muy importante a todas esas personas que no querían alcanzar nada mejor y, al mismo tiempo, no querían que el resto lo alcanzase; la fuerza de querer algo, la fuerza de la ilusión, la fuerza de crear una realidad mejor. No hay nada más imparable que una persona decidida a lograr un sueño, un proyecto, y una ilusión. Seguramente, por el camino hay personas a las que sí logran desanimar, personas que al final se dejan llevar y que por comodidad se quedan inmóviles.  Qué triste negarse a uno mismo sus proyectos y sus sueños.

Pero vayamos a ver cómo es esa ciudad, unos decían que estaba escondida dentro de un bosque, que para llegar hasta ella se tenía que atravesar una zona llena de árboles encantados y criaturas de una fealdad extrema con feroces colmillos. No era fácil llegar y había que ser valiente para llegar hasta allí. Otros decían que se encontraba en un valle, entre los picos de unas montañas nevadas, con un sendero muy estrecho y peligroso, que hacía falta para poder llegar porteadores y animales de carga. Y, otros, indicaban que la ciudad se encontraba en una isla que no se encontraba en el mapa. Era una isla mágica que emergía sólo para aquellos que eran elegidos para vivir en ella. Para aquellas personas que los habitantes de la ciudad consideraban que sí que eran dignos de vivir con ellos. Como podéis observar, a todos les parecía difícil acceder a ella, estuviera donde estuviera, había que realizar un gran esfuerzo para acceder y se hablaba de ella como una leyenda, como un lugar mítico, un lugar casi inalcanzable. No negaban su existencia pero sí que insistían en la dificultad de llegar. Quizá se trataba de explicaciones para seguir dónde estaban, para dar un motivo a uno mismo para no hacer nada. No voy porque es muy difícil, no voy porque es casi imposible, ¿para qué esforzarme?

Pero continuemos. La ciudad era un sitio creado por personas que creían en el todo, es decir, todos eran todo a la vez. Todos creaban para todos, todos vivían todo, y todos estaban formados por todo. Es decir, vivían todos con un propósito final y común, todos creían en que se podía vivir sin envidia, sin rivalidad, sin la necesidad de ser más que el resto, vivir en paz, vivir con solidaridad y aunando las fuerzas de todos. Cada cual aportaba sus habilidades para el resto. El que sabía cocinar cocinaba, el que sabía cultivar cultivaba, el que sabía enseñar enseñaba, y así todos. Se trataba de aportar a la comunidad, a la ciudad. No se trataba de aprovecharse, tener más y ser el mejor. Era cuestión de vivir, compartir y aportar. Ayudar y ser ayudado, dar y recibir. Las calles tenían paz. El ambiente era de felicidad. Simplemente vivir, ser y estar. ¿Están todas las personas preparadas para vivir de ese modo? Es posible que así sea, sin embargo, ¿por qué negarle la posibilidad de esa vida a alguien que lo desea? Y, ¿por qué dejarse desanimar?

Siempre, siempre, hay que creer en uno mismo. Lo que puedas imaginar lo puedes crear. Trabaja por ti, trabaja por tus sueños. Cree en ti. Persigue tus metas, no importa lo grandes o pequeñas que sean. Son tuyas. Quizá todavía no tenemos la ruta para llegar a la ciudad, o sí.

 

A.    Machancoses