sábado, 12 de diciembre de 2015




FELIZ NAVIDAD

Donde las nubes son verdes, donde la nieve es de colores, donde los muñecos de nieve son rojos, donde nada es lo que parece... Desde allí, donde reside la verdadera navidad.  ¡Feliz Navidad!!





HUELLAS

Seguíamos el rastro de las huellas que había dejado en la nieve. Era la forma más lógica de encontrarlo. Llevábamos horas andando y ninguno de nosotros podíamos entender cómo había podido llegar tan lejos. La pureza de la nieve se mezclaba con los sentimientos de temor ante lo que nos pudiésemos encontrar. A unos pocos metros las huellas fueron cambiando, cada una de unos pies diferentes. ¿Qué estaba ocurriendo? Sólo habíamos salido detrás de un tipo de huellas, sin embargo, ahora teníamos frente a nosotros varios tipos diferentes. ¿Cuál debíamos seguir? No teníamos ni la más remota idea. No obstante, de momento, no había que decidir nada porque todas se encaminaban en grupo hacia el mismo sitio. ¿Qué significaba aquello? Las nuevas huellas habían aparecido de repente, como si se tratara de magia. Seguimos andando bastante rato, creo que más de una hora. Llegamos a un claro y del mismo modo que antes, las huellas desaparecieron, sin más. Nos mirábamos entre nosotros, no había huellas, había desaparecido todo. La nieve que se veía en adelante estaba intacta. ¿Qué había ocurrido? Ahora, ¿hacía dónde teníamos que seguir? Decidimos sentarnos, comer algo y descansar. Todos estábamos callados, pensando, intentando entender el enigma. Nuestro guía nos dijo que ese día íbamos a descubrir algo importante, quizá nos hiciera pensar de un modo diferente en nuestra vida. Él había salido dos horas antes que nosotros y debíamos encontrarnos. Empezamos siguiendo sus huellas, después aparecieron más huellas junto a las suyas y, después, desaparecieron todas en medio de una ladera. Nos sentíamos perdidos. ¿Cuál era la solución al enigma que nos había planteado? También era posible que le hubiese ocurrido algo, que alguien lo hubiera asaltado por el camino. Decidimos que debíamos seguir adelante, aunque no hubiese más huellas. Debíamos seguir y buscarlo. De este modo, continuamos andando. Todos teníamos dentro el espíritu de aventura, de descubrir qué estaba ocurriendo y de encontrar a nuestro guía. No nos dimos cuenta pero el ambiente de nuestro grupo había cambiado, todos habíamos tomado parte en la decisión, todos teníamos un objetivo, no estábamos siguiendo a nadie. Era nuestro camino. Después de andar dos horas más empezamos a escuchar el canto de un pájaro. Era muy extraño, en esa zona tan alta y con tanto frío era casi imposible que hubiera un pájaro. Su canto era peculiar, era como una llamada. No sabíamos si sentir miedo, sorpresa o si era una amenaza. Era tan insistente que decidimos dirigirnos hacia el sonido de su canto. Al rato llegamos a un claro, allí había una casa de madera de la que salía humo. Nos dirigimos a la casa y, al entrar, vimos a nuestro guía. A todos nos entró una alegría enorme de ver que estaba bien y de que lo habíamos encontrado. Sin embargo, nadie entendía qué sentido tenía lo que habíamos vivido. El guía sonrió y nos dijo: “todas las personas que pasan por tu vida, a las que conoces, con las que coincides en algún momento, corto o largo, no importa, dejan huella en ti. Todas enseñan algo. Lo importante es el tipo de huella que deja. Hay personas que dejan huellas tan importantes que no deseas que desaparezcan. Hay personas que no te gustaría haber conocido ni el tipo de huella que te ha dejado, sin embargo, te han enseñado”. En ese momento el guía no dijo nada más. Estábamos esperando algo más, no podía ser que hubiéramos andado tanto para decirnos sólo eso. Por fin, uno le preguntó: ¿Por qué aparecieron más huellas y por qué desaparecieron? Y la respuesta fue simple pero enorme. Dijo: “Sí, la gente aparece y desaparece de tu vida. Unos se quedan más, otros menos. Sin embargo, hay que aprender a seguir adelante, saber que uno es libre y dueño de sus pasos. Hay diferentes caminos pero todos llevan al mismo lugar. A veces tendrás compañeros, otras irás sólo. Lo importante es ser tú, el camino que eliges y la estela que dejes. Tú eliges el tipo de huella que quieres dejar en los demás. Decisiones. Libertad”.

A. Machancoses





sábado, 21 de noviembre de 2015




PUENTES

Cuentan las lenguas palabras de amor. No se sabe si es una invención, una leyenda o una realidad. Sin embargo, de lo que no hay duda, es que es un verdadero amor. Ella era dulce, clara y transparente. Él era luz y calor. Se admiraban mutuamente, ambos apreciaban la labor del otro y, desde la distancia, se adoraban. Eran tan diferentes que no podían estar juntos. Unirse era morir. Desde la distancia se adoraban y se admiraban suspirando por un abrazo que nunca se podrían dar. Sus ojos lo decían todo, con su mirada se querían, se hablaban y se amaban. Estaban unidos por su amor y separados por una distancia que no podían salvar. No se sabe en qué momento se enamoraron, unos dicen que cuando se vieron la primera vez, otros, por el contrario, afirman que el amor los buscó y los unió. No importa el principio, lo que realmente sorprende es que cada vez se amaban más. Sabían que jamás se podrían tocar, nunca se podrían besar y nunca se abrazarían. Les apenaba profundamente el hecho de que nunca se iban a acariciar. Un amor tan grande nunca podría terminar y, a la vez, nunca se podría unir. A pesar de que esa distancia nunca se podría salvar ambos estaban decididos a encontrar el modo de poderse conectar. Si se tocaban ella moría y él sabía que jamás la iba a tocar. Un día, con su mirada, decidieron buscar el modo de celebrar su amor. Tenían que encontrar un puente que hiciera que estuvieran en contacto, que al menos algo los uniera. Es así como el sol y la lluvia querían estar, unidos. Era imposible estar unidos pero sí que podrían demostrar al mundo su amor. Pensaron largo tiempo en cómo unirse, en cómo demostrar su amor y en cómo repartir su amor con los demás. Dicen algunas voces que por las noches se podía escuchar a la lluvia y al sol llorar por no poderse encontrar. Sin embargo, algo maravilloso estaban a punto de crear. Estaban decididos a acariciarse una vez en la vida aunque después muriesen. Su amor era tan grande que no tenían miedo a la muerte a cambio de quererse una vez. Sólo una vez. La lluvia y el sol decidieron que se iban a acariciar, se quedaron mirándose y empezaron a acercarse el uno al otro. Sin ellos esperarlo crearon entre los dos un puente de maravillosos colores que los unía. Su caricia se transformó en un puente de colores que los unía. Es así como el sol y la lluvia crearon el arcoíris. Su amor se unió en forma de maravillosos colores que llenaban el cielo. Todos podían observar su amor y, sobre todo, ellos se podían acariciar. El mundo se paraba a ver ese puente maravilloso de colores, el arcoíris. El puente de amor de la lluvia y el sol. Su amor será eterno y, todos, serán testigos de ello. El arcoíris es el puente que los une, que los enamora cada vez más y, sin duda, recuerda al mundo que el amor es maravilloso y que, evidentemente, puede con todas la barreras que puedan existir.

A.Machancoses

viernes, 30 de octubre de 2015






EL NIÑO QUE HABLABA CON EL SOL


Ahora me viene a la mente una historia que ocurrió cuando yo era pequeño. Creo que en aquel momento no entendí bien lo que estaba pasando pero, con el paso de los años, me he dado cuenta de lo que realmente aconteció. Yo era el más pequeño de una cuadrilla de verano. Todos los años íbamos a pasar el verano en una casa en una sierra cercana, allí nos juntábamos todos los niños que coincidíamos por la zona. Ya se sabe que el más pequeño va desesperado detrás de los mayores y, la gran parte del tiempo, está callado e intentando ser uno más. No es fácil ser el pequeño, la verdad. En aquella cuadrilla había un niño realmente peculiar, era callado, observador, respetuoso, muy inteligente y con una mirada muy profunda. Cuando me miraba me hubiera gustado saber qué es lo que estaba pensando, su mirada era muy amplia. Me gustaba sentarme a su lado, era tranquilizante y reconfortante. Pocas palabras, pero no hacía falta más.
Un día, el resto de niños se encaró a mí y me dijo que pasara del “friqui”. No os cuento la cara que puse, primero porque me estaban haciendo caso todos a la vez, me hablaban; y, segundo, porque ¿qué era “friqui”? Bueno, me quedó claro rápidamente cuando señalaron a este chico. El “friqui”. Creo que les dije que sí, yo quería ser parte del grupo y tenía que hacer lo que decían. Sin embargo, a mí me gustaba el “friqui”. Cuando no estaban, o no me veían, me sentaba a su lado. Tenía mucha costumbre de sentarse en alguna roca y quedarse mirando hacia el sol, sobre todo, al atardecer. Para mí era el niño que hablaba con el sol. Miraba al sol y sonreía, su cara reflejaba una serenidad que no había visto antes. Teníamos pocas  conversaciones pero me hacía pensar, me planteaba cosas. Me trataba como a un adulto, me hacía posicionarme y reafirmarme en opiniones. Ahora sé que aquel niño es de esas personas que son difíciles de encontrar, de las que marcan tu vida y quedan en tu corazón para siempre. Hoy, después de muchos años, lo sigo llevando conmigo. Sin darme cuenta me enseñó que ser diferente no es malo, es lo interesante de la vida. Ojala que yo algún día aprenda a hablar con el sol, como el “friqui”.

A.Machancoses

domingo, 6 de septiembre de 2015





MEMORIAS DEL SOL


¿Qué pensará el sol de nosotros? ¿Cuántas cosas nos podría contar? Existe desde el principio del mundo y, seguramente, habrá sido testigo de infinidad de momentos de la historia de la humanidad. Qué no daríamos por saber cómo se ve nuestro mundo desde la perspectiva de la distancia y sabiduría de una estrella. Quizá nos podría hablar de nuestros abuelos o bisabuelos, de sus vidas y aventuras. O quizá de las grandes proezas que ha conseguido el hombre, ya que también ha hecho cosas buenas en el mundo. ¿Qué no habrá visto el sol?
Sí, el sol también tiene recuerdos y tiene memorias que escribir. Está desde mucho antes que nosotros y recuerda sus vivencias. Unas las recuerda con más cariño que otras pero en todas deja su huella de amor incondicional. Nos parecerá difícil de admitir pero nos observa y nos cuida. Entre uno de sus recuerdos, en su memoria, está el mundo cuando las personas vivían en plena naturaleza. En aquella época no existían las casas todavía, las personas habitaban los bosques, las montañas, los valles, allí donde se pudiese tener alimento y algo de cobijo. El sol veía su vida, los observaba y les daba su calor y su aliento para seguir adelante. Confiesa que él no sabía que el hombre un día empezaría a construir, que no esperaba que se escondieran de ese modo. A medida que la humanidad construyó casas las personas estaban más tiempo escondidas que a su lado. Las horas en las que podía estar con ellos y ayudarlos se vieron reducidas. Brillaba sin cesar pero las personas cada vez estaban menos en contacto con la naturaleza. Sus caras cambiaron y sus energías se vieron también influidas por ese nuevo estilo de vida. El sol no sabía qué hacer, quería llegar como siempre hasta ellos, tenía que pensar en una solución para seguir cuidándolos. Efectivamente, la encontró. Desde entonces el sol emite dos clases de rayos solares, por un lado nos hace llegar los dulces y tenues que van con nosotros por las calles y, por otro lado, emite otros rayos mucho más fuertes para calentar las casas y que su fuerza y energía llegue dentro de las enormes construcciones. La época del año en la que más disfruta el sol es en la temporada de verano, por ese motivo, para disfrutar durante todo el año el calor no tiene lugar al mismo tiempo en todo el mundo. No nos extrañe que existan sitios donde en navidad se pueda ir a la playa. El sol sabe el por qué y sonríe.

 A.Machancoses






sábado, 5 de septiembre de 2015




EL GRAN ANGULAR

Qué feliz que estaba. Nunca había tenido una cámara de fotos y aquel verano me habían regalado una. Había sacado muy buenas notas en el colegio y, como premio, me regalaron una cámara preciosa. Para mí era lo mejor que había tenido en toda mi vida. Evidentemente, no era como las de hoy en día, no era digital y funcionaba todavía con carretes que había que llevar a revelar. Como todos los años íbamos a pasar el verano en la sierra en compañía de mis abuelos. Allí hacía calor por el día pero las noches, sin embargo, eran mucho más agradables. No me olvidaré de decir que, además, teníamos una piscina cuadrada enorme. Era lo mejor del verano; no salir del agua.
Junto con la cámara me dieron varios carretes para que empezara a hacer fotografías. Al mismo tiempo, mis padres me dijeron que tuviese cuidado porque sin darme cuenta se me acabarían los carretes, que me fijase y decidiese bien qué era lo que quería inmortalizar. La verdad, no les hice mucho caso. Las cosas no se veían del mismo modo desde detrás de la cámara, todo tomaba forma, era como entrar en otro mundo. Mirar por el objetivo me hacía sentir que entraba en otra realidad. Incluso las personas parecían diferentes. No era nada sencillo decidir qué inmortalizar con la cámara, cualquier cosa se veía preciosa; una piedra, una hierba, una hormiga… Sentía que estaba viviendo en dos mundos a la vez. Sin más, no pude controlarme y empecé a hacer fotos de cualquier cosa, todo me llamaba la atención. Una flor, una mariposa, una montaña, una rama de un árbol, todo era interesante. Recuerdo que me sentaba a la mesa y seguía mirando a través del objetivo. Todo era precioso y era otra realidad. Las cosas bellas eran más bellas tras el cristal.
En fin, como era de esperar, los carretes se agotaron pronto y no tuve más remedio que seguir mirando por el objetivo pero sin poder echar fotos. No obstante, nadie pudo separarme de la cámara. Ahora, con las distancia de los años pienso que ese verano aprendí a apreciar las cosas pequeñas, los cosas que parecen insignificantes y que están llenas de vida. Un escarabajo que busca comida, los ojos de una salamandra, una hilera de hormigas portando trozos de cascaras de pipas, una piedra con una forma diferente, etc. Al finalizar el verano llevamos los carretes al laboratorio para que los revelaran. Aún puedo sentir la impaciencia que tenía por verlas. Cuando fuimos a recogerlas cogí el sobre y no lo abrí hasta llegar a mi habitación. He de reconocer que muy pocas estaban bien enfocadas o bien centradas, pero para mí eran geniales. Cuando las miro no puedo dejar de pensar en qué diferente es la mirada de un niño de un adulto. Seguramente hoy si fuera a hacer fotos no me fijaría en lo mismo. Con la inocencia de un niño capté la belleza de la naturaleza, la vida que hay en ella en seres que son minúsculos, y lo perfecta que es en su equilibrio. Mis fotografías me sirven para reconectarme y reconciliarme con un mundo que es maravilloso y más bello de lo que nosotros hubiésemos sido capaces de imaginar o crear.

A.Machancoses












miércoles, 15 de julio de 2015






UN SER EXCEPCIONAL.

En la esquina de mi casa existe un ser excepcional. Al principio lo observaba, me daba pena que no se pudiera mover del sitio. Día tras día en la misma posición, sin moverse, sin desplazarse, sin ninguna novedad en su vida. Me parecía una vida muy triste y, la verdad, me apenaba. Me plateaba cómo sería mi vida si yo no pudiera moverme. Me gustaba salir, pasear, jugar, ir al parque e ir a conocer sitios nuevos donde vivir nuevas aventuras. Sin embargo, él, ahí estaba, sin moverse. Cuando pasaba cerca de él mi marcha aminoraba con el fin de observarlo.
Un día, por fin, me acerqué, me paré unos segundos a su lado pensando en su situación. Sin embargo, me llevé una sorpresa. A su lado no se notaba ningún rastro de tristeza, a su alrededor se disfrutaba de frescor, de vida, y, diría, que de alegría. Me fui con la cabeza baja, pensando, meditando en lo que había percibido. No estaba triste, estaba lleno de vida. No lograba entender esa alegría, pensaba que estaba sólo, triste y, si cabe, anhelando moverse. Al día siguiente, volví a pararme a su lado y, esta vez, me senté a su lado de un modo instintivo, como si quisiera que alguien me explicara lo que ocurría. Estuve bastante rato y, admito, que me sentí muy bien y disfruté del momento. Pero, seguía sin entender. A partir de entonces, todos los días pasaba por su lado y me sentaba un rato. Simplemente, me hacía feliz.
De este modo, pasaban los días y cada vez me gustaban más esos ratitos que pasaba a su lado. Sin más, un día, me dormí junto a él. No sé si lo soñé o fue mi imaginación pero esto fue lo que sucedió. Mi amigo, pues así lo consideraba ya, empezó a hablarme. Era él quien quería explicarme aquello que no entendía:

“Te conozco porque siempre estoy aquí. Soy tu amigo porque vienes a verme. No pienses que estoy sólo, no es así. Mucha gente como tú viene a verme, viene a hablar conmigo, compartimos nuestras cosas. No estés apenado porque mi vida es muy feliz. Muevo los brazos al viento a una altura tan grande que es un placer. Juego con la lluvia cuando cae. Hablo con mis compañeros. Y, sobre todo, cuando tengo ganas de explorar mando a una de mis hojas en esa dirección. Realmente es una vida maravillosa”.

Mi amigo me quiso mostrar el lado de su vida que yo no veía. Tenía razón en todo, sin moverse del sitio tenía muchísimo más que mucha gente. Era feliz, vivía con intensidad, sabía disfrutar de lo que tenía y lo valoraba. Sí, ser un árbol es maravilloso. Sí, mi amigo es un ser excepcional.

A. Machancoses














miércoles, 17 de junio de 2015



MI LUGAR

Mi lugar es aquel en el que me refugio ante las adversidades. Un sitio donde el tiempo se detiene y todo se ve con los ojos de la perspectiva, la distancia y el espacio. Es mío, único, y del que disfruto. Siempre que necesito ayuda, necesito consuelo o, simplemente, necesito ver las cosas con claridad acudo a él. Recuerdo muy claramente el día que lo descubrí; apenas tenía nueve años cuando un día de verano me enfadé con unos amigos. Estaba tan indignada que hasta se me nublaba la vista. Me puse a andar por una senda que llevaba hacia las montañas, no tenía rumbo y no sabía dónde quería ir. Tras un largo rato de caminata fui a parar a la ladera rocosa de una montaña. Me senté en una de las rocas que tenía forma de sillón. Hoy en día, cuando lo recuerdo, no estoy segura de si fui yo la que eligió la roca o fue ella la me eligió a mí. Me senté en ella por su peculiar forma de sillón y porque, en aquel momento, me pareció que esa roca tenía un color diferente, tenía un tono rosado al comparar con el marrón típico y clásico del resto de rocas. En todas las ocasiones que he vuelto nunca he conseguido volver a ver aquel tono rosado que me llamaba y que hizo que me sentara en ella. Seguramente, aunque curioso, lo del color de rosa es lo de menos. Lo importante fue lo que ocurrió al sentarme en ella. Me apoyé con las manos y me acomodé en aquella especie de sillón. Lo primero que noté fue que la piedra tenía una temperatura diferente, estaba templada, no era una roca fría y dura. Además de aquella temperatura cálida que creaba un ambiente agradable, la piedra transmitía la sensación de estar llena de vida, era como acariciar un ser vivo. A los pocos segundos empecé a sentirme comi si hubiera llegado a mi hogar, como si hubiera regresado a casa, y una gran sensación de paz. No pude evitar dormirme ante tanta tranquilidad, me dejé llevar por aquella sensación tan placentera y me dormí. No sé el tiempo que estuve durmiendo, en realidad, para mí fue como si hubieran pasado unos pocos segundos. Sin embargo, al mirar a mi alrededor vi que faltaba muy poco para anochecer. No me importó ni me asusté, todo lo contrario. Mientras dormía tuve un sueño que marcaría mi vida. En el sueño la roca me iba mostrando uno a uno a todos mis amigos con los que me había enfadado. Me mostraba sus miedos, sus deseos, y cómo eran realmente en su interior. La roca logró que entendiera a las personas, que viera un poco más allá, y que comprendiera que hay que tener paciencia con uno mismo y con los demás. La mayoría se deja llevar y, casi seguro, no es consciente de lo que hace o del alcance de sus hechos. Desde aquel día miré a mis amigos con otros ojos, con otra actitud. Creo que aquel día una roca me aportó un poco de sabiduría y estoy convencida de que me hizo madurar. Regresé a casa sintiéndome más ligera y más yo. Pienso que fui consciente de lo que es la vida y una sensibilidad especial se abrió en mi interior.
Probablemente todo el mundo tiene ese lugar especial, ese sitio al que acude cuando necesitan soledad o aislarse del mundo. El “lugar” donde reconfortarse, recoger fuerzas, y aclarar ideas para seguir adelante. Mi lugar es una roca con forma de sillón que, sencillamente, me eligió y me transmite la sabiduría de muchas vidas. Es el hogar de mi alma.


A.Machancoses



domingo, 19 de abril de 2015



NUESTRO SOL

Cuenta la historia que el sol era de otro color. Esta historia es muy vieja, de hace cientos de miles de años. Dice que la tierra tenía sol como ahora, sin embargo, el no era amarillo o anaranjado como en la actualidad. El sol era de color verde, con todos los tonos de verde que existen. En la tierra todo se veía desde la luminosidad verde, aunque fuera de todas las tonalidades posibles. En realidad, la tierra estaba contenta ya que el verde es uno de sus colores favoritos y, de hecho, a toda la vegetación le asignó el color verde. Era impresionante la atmósfera que se creaba. No obstante, las plantas y los árboles no estaban contentos, sus colores verdes se difuminaban con la luz y no podían enseñar toda su belleza. Continuamente hacían llegar sus quejas a la tierra. Los árboles también estaban preocupados; en más de una ocasión los pájaros habían chocado con sus ramas al no distinguirlas por su color. No tenían más remedio que mover las ramas continuamente para que las vieran y nadie chocase. La tierra al ver lo que ocurría pensó que lo mejor sería redecorar el mundo, cambiar los colores y crear un hogar donde todos estuvieran contentos. La historia dice que le costó mucho decidir los colores que iba a utilizar ya que todo el mundo debía quedar contento y satisfecho. Al final, lo decidió, el sol ya no sería verde, iba a pasar a ser amarillo y algo anaranjado en los atardeceres. De este modo, esa luz tan brillante y clara daría más luminosidad al resto de las criaturas. De repente, todos se vieron de otro color, no todos eran verdes. Sí, había animales de color verde y seguían siendo verdes, sin embargo, había otros que resultaron ser de diferentes colores e, incluso, de varios colores a la vez. Uno de los animales más sorprendidos fueron los loros o las cacatúas, su plumaje combinaba diferentes colores y eran preciosos.
En la tierra todo el mundo estaba sorprendido y, al mismo tiempo, ilusionados con todo lo que veían que no era nuevo pero sí que era nuevo. Las plantas pudieron mostrar sus diferentes verdes, los árboles dieron formas diferentes a sus hojas, el mar también tenía tonos azulados y la tierra no era verde era de color marrón. Aunque lo más sorprendente fue cuando los hombres vieron que su piel no era verde, su piel tenía diferentes tonalidades, unos la tenían rosada, otros marrón, otros un poco amarillenta y otros de color negro. Dependiendo de la zona de donde procedían tenían diferentes colores. El mundo era otro, la diversidad apareció. También cuenta la historia que las personas estaban tan contentas y tan agradecidas que decidieron adorar al sol y a la tierra en señal de gratitud. Se crearon templos dedicados al sol donde se celebraban fiestas en su honor.

Como en todas la leyendas no se sabe hasta qué punto es verdad o ficción lo que se cuenta y, a pesar de ello, me planteo algunas preguntas: ¿volverá la tierra a cambiar sus colores algún día?¿serán las cosas de otro color que aún desconocemos? No lo sé pero, algo sí que sé, siendo una creación de la tierra, sea como sea, será precioso.

A.Machancoses 

miércoles, 8 de abril de 2015





LA LUNA



Dicen que la luna es un satélite natural de la tierra, que tiene un diámetro de 3.474 km, que tiene una superficie de 38 millones de kilómetros cuadrados, que está a 384.400 km de la tierra, y que la influencia gravitatoria de la luna produce las mareas. Sin embargo, yo creo que la luna juega con la tierra, se persiguen y juegan al escondite. Por ese motivo vemos a la luna de diferentes tamaños y formas. En ocasiones se deja ver completamente y, en otras, la vemos crecer y empequeñecer al esconderse. Sospecho que viene a bañarse en el mar y hace que suba el nivel del agua. Debe de ser un placer ver cómo se baña y chapotea. Dirán que esto no es verdad, que es irreal y hasta romántico. Pero, ¿qué más da? Me gusta pensar así, a mí también me encanta jugar con la luna. Esos 384.400 km que nos separan me permiten poder jugar con ella. Por las noches me siento a contemplarla, me dejo hechizar por su luz e intento crear dibujos o formas con sus sombras. Aunque lo que más me gusta hacer es estirar el brazo para cogerla con mi mano. Con dos dedos, como si de una pelota se tratara, la redondeo y la acaricio. Sé que ella nota mis caricias, que le encanta que juegue con ella y que se mece entre mis dedos. Se crea un momento muy especial entre las dos. Nos conectamos y, secretamente, nos entendemos. La luna es un ser muy especial que, en silencio, ayuda a todo el mundo. Pensamos que de día no está, simplemente, porque no la vemos. Nada más lejos de la realidad, ella continúa ahí, siempre nos acompaña y, a su manera, nos guía. Es extraordinario que un ser tan maravilloso nos quiera y sea una compañera de camino. La vida tiene estos encantos que están a la vista de todos. En realidad, unos quieren ver y disfrutar mientras que otros no lo saben apreciar. Sí, me gusta lo que veo y lo disfruto, aprovecho lo que la tierra me da. ¿Qué le voy a hacer? Yo te lo diré: “jugar con la luna”.

A.Machancoses

lunes, 23 de marzo de 2015

EL PASADO 13 DE MARZO DE 2015 SALIÓ UNA RESEÑA DE LA NOVELA "AQUÍ Y ALLÍ" EN LA WEB LITERARIA "RESONANCIAS.ORG". ESTÁ PUBLICACIÓN LLEVA DESDE EL AÑO 2001 DIFUNDIENDO LA LITERATURA Y EL ARTE. 

MUCHAS GRACIAS POR INCLUIR MI NOVELA EN SUS PÁGINAS. 


http://resonancias.org/news/read/797/se-publica-aqui-y-alli-novela-de-ana-machancoses/

martes, 3 de marzo de 2015






LOS SONIDOS DEL MUNDO.



La tierra también escucha música como nosotros. Encendemos la radio, nos ponemos música, oímos cantantes, vamos a conciertos, algunas personas son músicos; estamos en contacto con la música de un modo u otro. No sabemos por qué pero la música o las canciones son capaces de transportarnos, de hacernos sentir, de hacernos cambiar de estado en pocos segundos. Hay notas que nos hacen hinchar pecho y tener fuerza para hacer cualquier cosa, hay otras que nos hacen soñar o, incluso, llorar. La música tiene un pase directo hasta nuestro interior, no hay puertas, no hay barreras, simplemente lo atraviesa todo y llega. Tenemos la costumbre de poner banda sonora a nuestras vidas. Recordamos la música que sonaba en situaciones que fueron importantes para nosotros. Cuando nos sentimos mal, o estamos tristes, intentamos componer la canción que refleje nuestros sentimientos. Dudo mucho que alguien se pueda imaginar su vida sin ningún rastro de melodías, aunque sólo sean vibraciones. En realidad, los sonidos siempre están ahí y, por ese motivo, se intenta conseguir modelar los sonidos para conseguir preciosas melodías. Pues bien, no somos los únicos. Os voy a contar una conversación de un pájaro con la tierra.
 Al principio de todo, la tierra estaba muy contenta de ver cómo el mundo iba cogiendo su ritmo y todo iba sobre la marcha. Sin embargo, como todos, la tierra también tenía algunos momentos de desánimo. Eran muchos los problemas que afrontaba día a día, aunque todo lo solucionaba. Un día la tierra estaba en silencio, pensativa, sin ganas de nada. Se le acercó un pájaro a hablar con ella, se había dado cuenta de que la tierra estaba muy pensativa y no era normal, la tierra siempre estaba haciendo cosas o montando nuevos mundos. El pájaro le preguntaba pero la tierra no contestaba. Le volvía a preguntar, y no contestaba. Así hasta una decena de veces. El pájaro se puso a dar saltitos en círculos, tenía que hacer algo y tenía que pensar rápido. La tierra se merecía ser feliz. El pájaro no sabía qué decirle, no encontraba palabras para ella. De este modo, se plantó y se puso a cantar. Cantó como nunca había cantado, le salían los sonidos desde lo más profundo de su corazón. Con su melodía le mandaba todo su amor, todo su agradecimiento y toda su esperanza en el mundo que había creado. La tierra, al principio, ni escuchaba al pájaro. Sin embargo, su melodía era tan bonita, transmitía tanto amor que, por fin, la escuchó. Se quedó embobada escuchando a aquel ser tan diminuto y con tanto amor en su interior. Poco a poco, otros pájaros se fueron uniendo a la melodía, crearon un concierto para su querida madre, la tierra. La tierra estaba tan orgullosa de sus pequeñas criaturas que, de golpe, olvidó la tristeza; tenía muchas cosas que hacer por todos aquellos seres que tanto la adoraban.

A partir de ese día, todos querían crear melodías para la tierra. Se reunieron y decidieron que todos los seres con vida crearían su música para ella. Unos cantarían de noche, como los grillos. Otros cantarían de día, como las cigarras. El agua crearía su sonido, como una cuna que mece y relaja. El viento soplaría con diferente intensidad para silbar. Cada clase de pájaros crearía su propio sonido especial. Hasta los seres con menos voz, o más afónicos, formarían parte de los coros para dar su toque especial. Las ranas cantarían a ciertas horas. Absolutamente todos, afinaron y crearon. La tierra tenía su propia música, sus propios conciertos y, a decir verdad, estaba encantada. Los sonidos de su mundo eran perfectos y maravillosos. Todas las criaturas tenían su gracia cuando cantaban, todos aportaban una parte especial. Todos le encantaban. Desde entonces, la tierra nunca está en silencio, todo sigue su curso con armonía y música. Sal a escuchar los sonidos del mundo, escucha a tus compañeros de mundo, te sorprenderá.

A.Machancoses

domingo, 1 de marzo de 2015






JUGAR CON EL VIENTO.



Dicen que el viento es como los niños. Recuerdo que cuando era pequeño me gustaba ir en bicicleta, pedalear muy fuerte y sentir el viento en mi cara. Era una sensación indescriptible de libertad. No escuchaba nada más, se creaba una conexión con el viento de fuerza y de volar por el cielo. Cuanto más lo sentía más quería y más me gustaba. Esos momentos eran únicos, el tiempo no importaba y, desde luego, se hacía corto. Creo que lo que más me gustaba era la sensación de libertad. Ahora, dicen que el viento es como los niños, juguetón, inquieto, travieso y, sorprendentemente, feliz. Juega con las plantas, con los árboles y, cómo no, con los pájaros. Hacen carreras para ver quién llega antes. Lleva a los pájaros, los mece y los empuja. Realmente emocionante. El viento mueve las plantas de las praderas y consigue hacer dibujos, sopla con mayor o menor intensidad y, de ese modo, logra sacar figuras maravillosas. En ocasiones, sopla sobre el agua y consigue dibujar ondas perfectas. Sin embargo, creo que donde tiene un lienzo mayor es en el desierto y en playa. Para él es muy fácil mover los granos de arena y dar la textura que está buscando. Quizá desde el suelo no somos capaces de ver los diferentes dibujos que crea pero, si se ve desde lo alto, crea figuras insospechadas. Mujeres que están nadando en un mar de arena, animales que juegan entre ellos, o paisajes que parecen del edén. En la playa dibuja para el mar, sabe que el mar no puede llegar hasta el final y, ante las caricias del agua a la arena, dibuja para que el mar se alegre. En realidad, son amigos y se hacen regalos. A veces, llena la arena de pequeñas conchas imitando el fondo del mar. No es que el viento haya bajado nunca al fondo del mar, no lo ha visto jamás, sin embargo, su amigo le cuenta con detalle cómo es por dentro. El viento plasma lo que su amigo le dice, intenta imaginar cómo es y lo dibuja. El mar sonríe, acaricia con más ganas la arena y disfruta con la belleza de las creaciones del viento. Se conocen tantos años que se adoran y se admiran. Ambos son creadores y, sobre todo, transmisores de felicidad. Sin duda, el viento baila y, en alguna ocasión, se ve cómo gira sobre él en medio del mar. No olvidemos que es capaz de silbar y cantar, todos conocemos su sonido, hasta cuando se enfada. Creo que el viento sabe disfrutar del mundo, viaja por él y le encanta. No me extraña que digan que el viento es como los niños, siempre está dispuesto a vivir cualquier aventura, nunca pierde la curiosidad y las ganas de aprender. Sabe que en el mundo siempre hay algo que aprender y que, a pesar de todos los años que lleva en el mundo, le queda mucho por hacer y por ver. Ojalá que yo nunca pierda esa visión del mundo que tienen los niños, y esas ganas de hacer, aprender y crecer. En realidad, el viento es un niño con una gran sabiduría. Escucha cómo silba, déjate llevar por su libertad.

A.Machancoses




domingo, 15 de febrero de 2015







EL AGUA; ESENCIA DE VIDA.


La tierra, poco a poco, se puso en funcionamiento. Fue estableciendo a todos los tipos de animales en los sitios que les había reservado. Les enseñó su hogar, lo que iba a ser su hábitat, cómo tenían que vivir y cómo sobrevivir. Estableció también a la vegetación, le enseñó dónde crecer, cómo crecer y, sobre todo, cómo ser feliz. Para la tierra todo ser vivo era un hijo y, la verdad, tenía muchos a su cargo y de toda clase. Adoraba a todas sus criaturas y las amaba por encima de todo. Hasta el ser más insignificante era parte de su vida. Cada ser tenía su gracia, sus características y era especial. Sin embargo, la tierra también era consciente de que habría problemas, de que la convivencia crearía algún roce y que, sin duda, tendría que ayudarles como hijos suyos que eran. La tierra tenía un problema, eran tantas las criaturas que tenía que era casi imposible estar en todos los sitios a la vez. Tenía que encontrar el modo de estar lo más cerca de todos, de que en caso de que necesitaran de ella pudiera estar sin ningún problema. Quería repartirles su amor a todos y llegar a todos. ¿Cómo lo haría? ¿Cuál sería la forma de darles su amor todos los días?

La tierra pensó durante bastante tiempo y, por fin, llegó a una solución. La forma de llegar a todos, de repartir amor a todos, de llegar al fondo del corazón de todos, de quererlos y de ayudarlos, sería el agua. El agua llegaba a todas partes, se mete por todos los rincones y, lo que es más importante, al beberla llega directamente al interior de todos. Utilizaría el agua para llevar su amor a todas sus criaturas. El agua sería la portadora de todos los sentimientos, iría cargada de amor, de sanación, de paz y de vida para todos. Todas sus criaturas necesitarían beber agua para vivir, de ese modo, todas tendrían su dosis de amor diaria de su madre, la tierra. Así es como la tierra le asignó esta gran tarea al agua, su misión es importantísima, sin agua la vida se apaga y todo desaparece. Por su parte, la tierra, aseguró a todos sus hijos que siempre estaría cuidando de todos y, ahora, en nuestros días, si observas el agua, si la acercas a tu cara, puedes sentir la vida que emite y que la necesitas. Sí, nosotros también somos una de sus criaturas y necesitamos de su amor, de su cuidado y de su agua. Dejémonos querer.

A.Machancoses




domingo, 8 de febrero de 2015





PEQUEÑOS TESOROS ESCONDIDOS. 



Tom vivía en el mismo pueblo desde que nació, apenas había viajado y, prácticamente, no conocía el mundo. De pequeño era un niño muy tímido que le costaba hacer amigos y, por ese motivo, sólo tenía un amigo al que adoraba. Habían crecido juntos y habían tenido muchas experiencias en su pequeño pueblo. La verdad es que Tom adoraba a su amigo porque era todo lo contrario a él. Su amigo era decidido, extrovertido, sin miedo, y siempre pensaba en las consecuencias después de hacer las cosas. Tom era introvertido, callado, miedoso, y daba muchas vueltas a las cosas antes de hacerlas. Quizá era por eso por lo que se llevaban tan bien. Le proporcionaba la fuerza que le hacía falta para hacer lo que fuera. Tom era un chico muy brillante, era inteligente, juicioso, muy buena persona y con un gran talento para trabajar la madera. Era capaz de sacar de un taco de madera la figura más bella y fina que se pudiese ver. Sus manos se ponían en marcha con dulzura, seguras, sin parar, y daba la impresión de que liberaba a la figura que un día se quedó encerrada en aquel trozo de madera. Era impresionante verlo trabajar. Su amigo le había dicho infinidad de veces que tenía que presentar sus trabajos en algún sitio, que tenía que dar a conocer su trabajo y vivir del don que tenía en sus manos. Sin embargo, Tom no se atrevía, él pensaba que aquello que hacía no era algo tan extraordinario y que nadie le iba a hacer caso. Un chico de pueblo que hace figuritas, ¿dónde va a ir?. A su amigo le daba mucho coraje ver cómo su amigo no se valoraba. Seguramente, se pasaría la vida sin intentar nada y sin valorarse. Tenía que ayudar a su amigo como fuera, no podía consentir que siguiera viviendo de ese modo, Tom era una persona que valía la pena, y su mejor amigo. Le dio mil vueltas a la cabeza, tenía que ser capaz de encontrar el modo de que diese un paso adelante. Él se iría pronto a vivir a la ciudad y Tom se quedaría sólo y, lo que es peor, estancado por culpa de sus miedos. Estuvo toda la noche pensando y, al final, se le ocurrió un modo de ayudarle. Parecía una tontería lo que se le había ocurrido pero tenía que intentarlo. Fue a ver a Tom y le dijo:

“Sabes que pronto me voy a ir a vivir a la ciudad. He encontrado un buen trabajo allí y me tengo que ir. La vida nos va a separar por caminos diferentes. La ciudad no está lejos pero no será lo mismo que vernos todos los días. Sé que siempre te ha gustado mi cinturón marrón, siempre te quedas mirándolo e, incluso, un día me lo pediste. Si haces memoria recordarás que no te contesté, me quedé en silencio y no te hice caso. Ahora te voy a explicar el por qué no te hice caso. Este cinturón me lo regaló mi abuelo cuando yo era pequeño, me dijo que era el cinturón de la fuerza y que me ayudaría. Era un cinturón que me haría ser valiente, que me quitaría los miedos, que me ayudaría a superar los problemas y que sería un fiel servidor. Mi abuelo tenía razón, este cinturón me ha ayudado mucho, nunca he tenido miedo, siempre he salido de los problemas y, ahora, sigo con ganas de hacer grandes cosas y comerme el mundo. Ahora ya sabes por qué tengo tanta fuerza y soy como soy. Mi cinturón me ha ayudado siempre. Sin embargo, creo que quedarme el cinturón toda mi vida sería de ser egoísta, pienso que a partir de ahora tiene que ayudar a otra persona a vivir lo que yo he vivido hasta el día de hoy. Por este motivo te lo quiero regalar, Tom. A partir de ahora va a ser tu cinturón, te va a ayudar y, no lo dudes, te va a quitar el miedo de golpe”.
Tom no se podía creer lo que estaba oyendo, el secreto de la fuerza y del optimismo de su amigo estaba en aquel cinturón marrón. No sabía qué contestarle a su amigo, no podía quitar los ojos de aquel cinturón. Lo único que pudo hacer fue coger el cinturón con sus manos e irse a su casa. Lo puso encima de la mesa y estuvo durante horas mirándolo fijamente. ¿Sería verdad lo que le había dicho su amigo?¿tendría tanto poder un simple cinturón?. Su amigo no le había mentido nunca y, lo del cinturón, no tenía por qué ser mentira. Además, siempre que habían hecho algo divertido su amigo había llevado su cinturón puesto. Decididamente, tras pensar mucho, Tom pensó que su amigo le había dicho la verdad, que delante de él tenía un cinturón muy especial. Y, ahora, era suyo. De nuevo, le entraron los miedos y las dudas, ¿estaba preparado para vivir sin miedos?¿quería dejarlos atrás?. Lo más seguro era que cuando se pusiera ese cinturón su vida cambiaría. Podría ser como su amigo. Era algo maravilloso y aterrador al mismo tiempo. Siempre había querido ser como su amigo y ahora era posible. Tenía que pensarlo muy bien, tenía que decidir si quería cambiar de verdad.
Pasaban los días y no era capaz de ponérselo. Todas las noches se pasaba horas mirándolo, sin más. Tenía que elegir bien el día para cambiar, si es que era eso lo que deseaba. Su amigo lo observaba pero no le volvió a decir nada sobre el cinturón, pensaba, o más bien deseaba, que un día fuera capaz de ponérselo y superar sus miedos. Así llegó el día en que su amigo se tenía que ir a la ciudad. Se despidieron sin palabras, ni un hasta luego. Los dos eran muy conscientes de lo que ocurría y las palabras sobraban. Su amigo empezaba una nueva aventura y él se quedaba, como siempre. Le dio mucha tristeza por dos motivos, por un lado porque su amigo no iba a estar y, por otro, sentía una gran tristeza de ver que sus miedos no le dejaban hacer nada. Sí, en el fondo Tom sabía que no volaba del nido como su amigo porque, simplemente, tenía miedo de todo.
El tiempo fue pasando y Tom cada vez se sentía más solo, sin motivos para hacer nada. Recordaba todas las aventuras que había vivido con su amigo, y lo echaba mucho de menos. Llegó hasta enfadarse con su amigo aunque sabía que no tenía razón. Su amigo hacía lo que era mejor, vivir. Tom cogió un trozo de madera y se puso a pulirla. Muchas veces no sabía qué figura iba a hacer, simplemente empezaba y todo salía sin más. En esta ocasión, su mente estaba pensando en su amigo y sus manos liberaban a una figura nueva. Tras largas horas de trabajo Tom se dio cuenta de lo que había hecho. Miró la figura aterrado. De aquel trozo de madera había salido una figura de un viajante con una maleta en una mano y, en la otra mano, una figurita diminuta de madera. ¿Cómo era posible?. Dejó caer la figura y echó a correr en dirección a su habitación. Su mente le martilleaba diciendo que aquello era una señal, que la figurita era él con su maleta y partía hacia un futuro nuevo. No podía creerlo y, realmente, estaba asustado. Una vez en su habitación sacó el cinturón de su amigo y se echó encima de la cama. Si lo que acababa de ocurrir era una señal de que tenía que hacer algo, debía de hacer algo. Sin embargo, era tanto el miedo que tenía que temblaba y tenía sudores fríos. Había llegado el momento de decidir si quería cambiar o no. Pensaba y volvía a pensar, se levantaba y se volvía a acostar, miraba el cinturón y luego lo escondía. Así estuvo hasta bien entrada la noche hasta que levantó, cogió el cinturón y se lo puso. Si era un cinturón con poderes y mágico cuando se levantara lo notaria. Si el cinturón le iba a cambiar, no tenía de qué preocuparse, y se durmió. Al día siguiente, al despertarse y sin lavarse la cara si quiera, se fue a su taller, recogió la del suelo, la empaquetó bien, fue a la oficina postal y remitió el paquete a un conocido marchante de arte. Después, volvió a casa e hizo lo mismo que hacía todos los días. De vez en cuando tocaba el cinturón y lo frotaba como si fuera una lámpara con un genio dentro. Pensaba que estaría nervioso pensando si el marchante de arte le contestaría o no, sin embargo, no estaba nada nervioso, todo lo contrario, tenía una tranquilidad inusual en él. El marchante de arte no tardó en contestar, ante aquella maravilla hecha de madera era imposible no reaccionar. Le mandó una carta citándolo para verse en una galería de arte, su obra le había impresionado y lo quería conocer. Tom leyó más de cien veces la carta, no se podía creer lo que ponía, estaban interesados en sus figuras.
Al día siguiente acudió a la galería de arte y la reunión fue un éxito, el marchante quería que le mandase todas sus obras y montar una exposición para darlo a conocer. Tom no podía estar más feliz y, con el pensamiento, iba dándole las gracias a su maravilloso cinturón. Había logrado lo que él sólo no había hecho en toda su vida, y estaba muy agradecido. Sólo tenía ganas de contarle a su amigo lo que había hecho y darle las gracias por el cinturón. Sabía que su amigo vendría esa semana a ver a su familia y había quedado con él para verse. Acudió a ver a su amigo como si nada hubiera pasado, dejó que su amigo le contara todo lo que había hecho en la ciudad y cómo le iba en el nuevo trabajo. Luego, casi cuando su amigo ya se iba, le dijo que estaba muy agradecido por su cinturón y le contó todo lo ocurrido y que, posiblemente, se verían por la ciudad pues tenía que hacer muchos viajes. Su amigo estalló de felicidad, estaba muy orgulloso de Tom y, por fin, sabría todo lo que valía él y su don. El cinturón es mágico, ha funcionado, me ha cambiado, decía Tom. Su amigo se quedó mirándolo y le dijo:
“Te voy a contar algo. El cinturón que te regalé no era de mi abuelo, no me lo regaló mi abuelo y, desde luego, no es mágico. Ese cinturón me lo compró mi madre y me obligaba a ponérmelo, a mí no me ha gustado jamás. Sé que te mentí y espero que no te enfades. Te dije que era mágico para que tuvieras confianza en ti mismo y eso te impulsara a superar tus miedos y a valorarte. En un principio pensé que era una tontería pero, como no se me ocurría otra cosa, te lo dije. Pasaban los días y pensé que no había logrado nada. Ahora sé que sí que hizo efecto y estoy muy contento. Tienes mucho talento Tom y te has de dar cuenta ya”.
Tom se quedó unos minutos en silencio, su mente tenía que asimilar lo que su amigo le acababa de contar. Si el cinturón no era mágico, si el cinturón no había hecho nada, ¿lo había hecho sólo?. Pensaba que los miedos se apoderarían de él de golpe, cosa que no ocurrió. Se sentía tan fuerte, tan seguro, y con tantas ganas de vivir su nueva aventura, que no se sintió mal ni vaciló. Él sólo había sido capaz de hacerlo todo, de superar su miedo y de liberarse. Era tan grande la sensación de libertad que tenía que  la mentira de su amigo había sido una bendición. Tom se levantó y abrazó a su amigo y le dio las gracias. Le había hecho reaccionar y, sobre todo, vivir.

A partir de entonces, Tom no volvió a estar atado por sus miedos. No quería decir que no tuviese que luchar por sus metas, ni mucho menos, pero sí que se sentía capaz de hacer lo que fuera necesario. Era libre. Cogió un gran trozo de madera y sacó de él el cinturón más bonito que jamás se había visto, y presidió su exposición en la galería de arte que, por cierto, fue un gran éxito.

A.Machancoses



martes, 3 de febrero de 2015




UN ESPECTÁCULO



Cuando vamos al cine para ver alguna película, apagan las luces. Cuando vamos al teatro a ver alguna obra, apagan las luces. Cuando acudimos a algún tipo de espectáculo, apagan las luces. En todos los casos se apagan las luces y empieza la acción, lo bueno, lo interesante, lo que se espera, lo que se quiere disfrutar. Nos sentamos, nos acomodamos y vemos el espectáculo.
La tierra hace lo mismo. Tras todo el día haciendo cosas, ocupándose de las plantas, de los árboles, de los animales, del agua, y de que todo esté bien, llega la noche y apaga las luces. Es entonces cuando empieza su espectáculo particular y espectacular. La tierra apaga las luces y, entonces, empiezan a salir las estrellas que forman parte del elenco de artistas. Las estrellas brillan, parece que tintinean. Unas son más grandes que otras. Algunas brillan más que otras. Y, si te fijas, las hay de diferente color. Y, empieza el espectáculo. Nada es comparable a quedarse tumbado mirando las estrellas. Seguramente, habrá gente a la que le parezca que siempre es el mismo espectáculo, que se repite y que aburre. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. El espectáculo va cambiando a lo largo del año, no son siempre las mismas estrellas las que salen a hacer su espectáculo. Las estrellas se agrupan, se sitúan y forman dibujos, sin duda, extraordinarios. En ocasiones se ve algún cisne, otras un carro, algún escorpión, o alguna joven. Así que, nunca se repite. Hay que añadir que sí que hay una estrella que siempre aparece. A esta estrella le gusta tanto la función que siempre aparece. Lo lleva en la sangre y no puede pasar ni un día sin acudir a la cita. Si te fijas en el espectáculo la podrás ver, forma parte de una gran osa, la osa mayor. Fíjate, siempre está. Tintinea y aplaude a las demás. A veces no sé si es parte de la función o es parte de los espectadores. Transmite su pasión.
Lo que no sabemos es quién tuvo primero la idea de apagar las luces para disfrutar de un espectáculo. ¿Fue la tierra o fueron las personas?. No se sabe pero me voy a aventurar. Creo que fue idea de la tierra, que ella fue la inventora de apagar las luces para disfrutar. Es tan perfecta en todos sus actos que son dignos de imitar. La tierra no pierde ninguna oportunidad para enseñarnos a disfrutar, a aprender y a ser más felices. Sí. No olvidemos que es una gran madre que siempre está ahí.
Espera, no digas nada. Ya apagan las luces. Disfrutemos del espectáculo de hoy.


 A.Machancoses

sábado, 24 de enero de 2015





EL SUSURRO DE LAS HOJAS.


Los árboles son unos grandes desconocidos. La mayoría de las personas se aprovechan de su sombra, del frescor que les proporciona en el verano, se aprovechan de sus frutos, de su madera y de todo aquello que les pueda aportar. Sin embargo, los árboles son mucho más que todo ese uso que se les suele dar. En realidad, son seres que sienten, que sufren, que se alegran, que hablan y que, en silencio, nos observan. Están ahí para ayudarnos, para hacernos la vida más fácil, más alegre, y para apoyarnos. Aunque no seamos conscientes de ello. Hubo un árbol que lloraba, era tan grande la pena que sentía que ya no podía evitar ponerse a llorar. Eran muchos los que acudían al valle donde vivía, eran muchos los que lo pisaban, le arrancaban ramas, le quitaban sus frutos, etc., y ninguno, absolutamente ninguno, se molestó en tratarlo con respeto y cariño. Sorprendentemente, un día acudió hasta él un hombre que no se parecía en nada a todos los hombres que había conocido. Este hombre iba solo, andaba con la compañía de sus pensamientos y nada más. Al llegar al árbol lo primero que hizo fue quedarse de pie delante, observarlo con minuciosidad y, luego, le pidió permiso para sentarse a su lado. El árbol no se podía creer lo que estaba sucediendo. Había llegado un hombre y le pedía permiso para sentarse. Y, no sólo eso, se sentó del modo más cuidadoso posible, del modo en que ambos estuvieran cómodos. La sensación que estaba sintiendo el árbol no la había sentido jamás, se sentía respetado y más vivo. Estaba tan agradecido que decidió moverse un poco e inclinar las ramas para que ese hombre disfrutara de una sombra más buena. El hombre continuó en silencio un buen rato, después, sin más le dijo al árbol: “gracias querido amigo, sé que me das la sombra que no le has dado a nadie”. De nuevo, el árbol no se podía creer lo que estaba ocurriendo. Ese hombre conectaba con él y lo entendía. El árbol aún le dio más sombra. El silencio continuó. El árbol no podía callar, tenía tantas ganas de contar lo que estaba ocurriendo que empezó a contárselo a los árboles más cercanos. Se corrió la voz y todos los árboles observaban al desconocido y, además, hablaban de él. En todo el valle se podía escuchar el sonido de las hojas de los árboles moverse. Parecía que una brisa muy leve moviese todas las hojas y consiguiese ese sonido tan agradable. Sin embargo, no era así, no corría ni una gota de brisa ni de viento. En el valle había una melodía preciosa que se iba extendiendo. Al cabo de un rato, el hombre volvió a hablar: “gracias querido árbol, gracias por regalarme el sonido del susurro de las hojas”. En ese momento el árbol comprendió que aquel hombre hablaba el idioma de los árboles, que había escuchado todo lo que habían estado hablando de él. Y, todavía más, lo cobijó entre sus ramas. No había conocido nunca a ningún hombre que lo hablara y no sabía que existiera la posibilidad. Después, el hombre se levantó, se quedó de pie delante del árbol y le dijo: “gracias por tu sombra, gracias por tu compañía, gracias por quererme, gracias por la melodía del susurro de las hojas, me has hecho feliz y, cuando pueda, vendré a hacerte feliz”. Dicho esto el hombre se fue con la promesa de volver. El resto de los árboles susurraban a su paso, y la melodía lo acompañó a lo largo de todo su paseo. Y es que es verdad, el susurro de las hojas es la más bella melodía que se puede escuchar.

A.Machancoses



martes, 20 de enero de 2015





BLANCO



Nuestra casa es nuestro hogar. Es nuestro sitio de descanso, de relajarse, de disfrutar y de recargarse para afrontar el día a día. Todos intentamos decorar nuestra casa y darle nuestro toque personal. Utilizamos diferentes tipos de muebles, diferentes estilos, diferentes colores y diferentes ambientes. En realidad, nuestro único fin es encontrarnos lo más cómodos posibles y disfrutar de ese espacio tan personal. Es nuestro rincón de seguridad. Seguramente, cada uno tendrá unos colores preferidos, esos colores que le aportan el sentirse a gusto. La tierra hace lo mismo. Sí. La tierra también se decora y tiene su propio estilo y sus propios colores. Tiene infinidad de salones y espacios diferentes. Algunos los decora con colores marrones como puede ser el desierto o las montañas. Para el desierto utiliza colores marrones pero con texturas suaves, cálidas y movibles. Para las montañas utiliza esos colores marrones pero duros, fuertes, robustos e inamovibles. Qué decir de los tonos verdes, igual los utiliza para pequeñas plantas llenas de vida y riqueza que los utiliza para grandes árboles que desafían las alturas. Lo del color verde es más que sorprendente, existen tal cantidad de tonos de verdes y matices que somos incapaces de poner nombre a todos ellos. Para nosotros, simplemente, es verde aunque hay muchos verdes. Luego utiliza los colores rojos, los rosas, los blancos, los lilas, los amarillos, los naranja, etc., que mediante las flores va dando toques de color a sus distintos salones. Sin olvidar que da color y olor. No hay nada como el aroma de las flores y su fragancia. Como veréis la tierra también decora su casa y, muchas veces, lo hace para nosotros, para que disfrutemos. Sin embargo, hay un color que le gusta mucho a la tierra, yo diría que le encanta. Su color preferido para jugar y cambiar temporalmente su aspecto, es el blanco. Cuando la tierra quiere cambiar algo por un espacio de tiempo reducido utiliza el color blanco. Da pequeños toques que poco después desaparecen. Las nubes blancas decoran el cielo, pasan lentamente y desaparecen. También cubre los picos de las montañas de color blanco para su deleite. Lo que más, lo que más le gusta es la nieve. Disfruta como los niños cuando se decide a jugar con la nieve. Lo cubre todo de su color favorito, el blanco. Le da forma a las casas, las calles son blancas, los árboles son completamente blancos, etc. Según dice, disfraza a los árboles. Sin olvidar que, al mismo tiempo, con el agua da vida a todos. La nieve nos da frío, sin duda, pero también fiesta y alegría. Sí, definitivamente, a la tierra le gusta el blanco.

A.Machancoses

domingo, 4 de enero de 2015






UNA GRAN MISIÓN


Una gran aventura iba a empezar, la mayor que jamás se había visto y, mucho menos, conocido. Había que buscar un sitio en el que pudieran vivir las personas. Hombres y mujeres iban a emprender un viaje por la vida. Se decidió que el mejor lugar para que vivieran era la tierra. Todos se quedaron mirando a la tierra, esperaban en silencio su reacción. A nadie se le escapaba que era una misión muy difícil, con mucho sacrificio y de mucha responsabilidad. La tierra, tras unos segundos de silencio, accedió a la nueva misión que le estaban ofreciendo. Se sentía preparada para llevar a cabo esta empresa pero, al mismo tiempo, sabía que tendría que afrontar momentos muy duros. Todo el mundo sabía cómo son los humanos y, por supuesto, ella también. La combinación de dolor y felicidad estaba asegurada. La tierra quería prepararse bien, pensaba que una buena previsión la podría ayudar en el futuro. Era consciente de los duros defectos que tiene el ser humano: el odio, la envidia, el rencor, el ego, la maledicencia, la avaricia, el poder, etc. Sin embargo, también tenían otras virtudes: el amor, la empatía, la compasión, la ecuanimidad, la capacidad de ayudar, la amistad, etc. Tenía que encontrar el método idóneo para poder ayudarles a potenciar lo bueno y descartar lo negativo. Tras días de pensar y pensar llegó a una solución; dedicaría partes de ella para poder ayudar. Pensó en todos los minerales que tenía y, a cada uno, les iba a dar un poder diferente. Unos servirían para limpiar y eliminar las energías negativas, otros servirían para protegerse, otros fomentarían la amistad, algunos servirían de atracción de lo positivo, otros ayudarían a sanarse y, así, fue repartiendo todos los poderes entre todos sus minerales, partes de su cuerpo que iba a utilizar para el bien de la humanidad. También sabía que la humanidad era propensa a las enfermedades y, sin duda, necesitaban también la forma de curarse de sus males. Volvió a pensar y pensar, hasta que encontró la solución. Recurriría a sus queridos árboles y sus plantas, ellos serían los encargados de tener las sustancias que se necesitaban para poder curarse. Empezó a repartir el poder entre las plantas, unas serían antisépticas, otras antiinflamatorias, otras sedantes, otras estimulantes, etc. Creo toda la farmacia necesaria para la buena salud de las personas. Eran muchas las cosas que se tenían que vivir, muchas las cosas que se tendrían que superar y, sobre todo, era mucho lo que se tenía que aprender. Nadie sabía el tiempo que iba a durar esta misión, su fin sería cuando la humanidad aprendiera el verdadero sentido de lo que significa la palabra “amor”. La tierra ni siquiera preguntó cuándo terminaría, era evidente que su aventura iba a ser para muchos milenios. En realidad, le apasionaba lo que iba a empezar, había conocido ya a personas y sabía que, si bien los hombres pueden hacer mucho daño, también pueden hacer mucho bien. La humanidad es capaz de sentir buenos sentimientos y de hacer cosas maravillosas. Ese era su objetivo, que se dieran cuenta de la capacidad de amar y de crear que tienen.

 A.   Machancoses