martes, 23 de febrero de 2016






LA TINTA DEL CIELO


Nada es comparable con la sensación de plenitud, de felicidad y de paz que se siente cuando, en una ladera, te acuestas mirando al cielo. Esa tranquilidad, sin tiempo ni espacio, que te proporciona el cielo es incomparable y, muchas veces, indefinible. Ver las diferentes formas de las nubes que decoran el azul del cielo. Unas veces con formas que intentas adivinar qué son y, otras, con líneas que parecen escribir historias que sólo el cielo es testigo. El cielo es como una gran página donde las nubes son la tinta para poder expresar lo que siente. Fantástica tinta que nos hace disfrutar el momento, y sonreír cuando lo recordamos.
Dicen que la existencia de la tinta se remonta a los chinos en el año 400 a. C. Es posible que su descubrimiento fuera una casualidad o, todo lo contrario, la investigación y la búsqueda de alguien. Sea del modo que sea su descubrimiento no podemos negar su importancia. Maravillosas e increíbles historias se han podido materializar y deleitar con ellas. Por ese motivo, recuerdo la historia de un bolígrafo que sólo quería crear. Era un bolígrafo de tinta negra, no tenía nada en especial ni colores maravillosos ni brillos. Pero su tinta sólo quería escribir historias de otro mundo, ilusiones, fantasías y, sobre todo, alegrar el alma de las personas. Sin embargo, su dueño era alguien huraño que sólo sabía dar golpes, gritar y escribir con rabia. Cuando su dueño no se daba cuenta el bolígrafo escribía historias cortas, no más largas de dos reglones. Eran mensajes de amor con la intención de que su dueño abriera los ojos a otro modo de vivir. Lamentablemente, su dueño, se enfurecía más. Pensaba que alguien le quería tomar el pelo, y gritaba más. El bolígrafo, siguió escribiéndole, se dijo que utilizaría hasta su última gota de tinta para alegrar aquella alma atormentada que, en el fondo, quería vivir.
Sus mensajes cada vez calaban más profundamente en el corazón de su dueño aunque seguía sin hacer caso. En uno de sus mensajes el bolígrafo le dijo: “al cielo has de mirar con los ojos del niño que fuiste”. No se sabe por qué, sin embargo, su dueño miró hacia la ventana y empezó a mirar las nubes. Sin saberlo, el bolígrafo había encontrado la forma de recordarle a su dueño la felicidad de los niños. Cuando era pequeño jugaba a mirar el cielo y ver las formas de las nubes. “Esa nube es un conejo, esa una cara, esa un sombrero,…”
Por fin, recordó la inocencia, la fantasía, y lo maravilloso que es el mundo. Se dio cuenta de su malhumor, de su rabia y, abrió los ojos. No sabía quién le escribía aquellas frases, y jamás pensó que pudiera ser su bolígrafo. Sin embargo, cambió. Quizá no debamos olvidar nunca mirar la vida con los ojos de los niños, aunque sólo sea un minuto al día.
A.Machancoses 


miércoles, 10 de febrero de 2016



CARICIAS

Conocí a una persona que moría por las caricias. Contaba que sentía tanto cuando recibía una caricia que era algo adictivo. No dejó de sorprenderme, no podía entender cómo una simple caricia era tan importante para alguien. ¿Tanta soledad hemos creado en la sociedad como para anhelar cualquier tipo de caricia?
Fueron muchas las charlas, y de muchas horas, las que mantuve con esta persona. En realidad, era muy sensible. Quizá era muy avanzado para la época en la que vivía. O, simplemente, sabía apreciar lo que era importante de lo que no lo es.
No se trataba de recibir lo que fuera, él así lo explicaba: “una caricia de corazón te hace renacer, te hace conectar con el verdadero espíritu de lo que es el amor”. Supongo que tenía razón, hoy en día las palabras también se utilizan sin sentido de la oportunidad. En cantidad de veces alguien te dice “amor”, “cariño”, “corazón”, pero, realmente no se sabe si son conscientes de lo que dicen. Posiblemente, todas estas palabras sí que tengan su valor en el sitio y en el momento que hay que decirlas.
Como decía este amigo mío, sólo existe un gran acariciador en el mundo. Uno que no se cansa de acariciar, que lo hace porque sí, a cambio de nada. Me contaba que no le importaba la persona, si era guapo o feo, si era bueno o malo, si era de aquí o de allá, él acaricia a todo el mundo. Cuando me decía esto no alcanzaba a comprender quién era capaz de hacer aquello. Creo que mi amigo disfrutaba con mi perplejidad. Y, sí, tenía razón, aunque fuese un sinsentido. El viento, me dijo, señalando con el dedo hacia el cielo. No podía creer lo que me estaba diciendo. Lo primero que pensé es que me estaba tomando el pelo. Sin embargo, volví a entender que no. Simplemente, mi amigo era especial. Con una gran sonrisa empezó a decirme: “seguro que has oído hablar del amor incondicional. ¿Qué es más incondicional que acariciar a todo el mundo? Probablemente, habrás escuchado lo de ayudar a quien sea, y, ¿qué es más que dar un empujoncito a quien sea? Quizá te parezca una locura, pero del viento también se puede aprender. Déjate acariciar por él, mécete en él, disfruta de sus caricias, y siéntelo en tu cara. Estoy seguro de que disfrutarás de esa sensación de plenitud que te va a transmitir”.
Después de estas palabras, me quedé en silencio. Ese día no volví a intercambiar ninguna palabra con él. No tenía muy claro si todavía me estaba tomando el pelo. Llegó la noche y todavía seguía pensando en sus palabras. Evidentemente, era una persona mucho más sabia que yo y, además, muchísimo más sensible. Empecé a darme cuenta de que lo que había hecho era darme una gota de sabiduría. Mediante una alegoría había introducido en mi vida el amor incondicional, la ayuda a los demás y el amor hacia uno mismo. Qué tonto me sentí por haber pensado mal de él. Sólo me estaba enseñando. Y tenía razón, el amor incondicional no tiene límites, aunque sea difícil de entender y practicar. Ahora, cada vez que siento el viento en mi cara sonrío, disfruto y recuerdo esta bonita lección.

 A.Machancoses