LA TINTA DEL CIELO
Nada es comparable con la sensación de plenitud, de felicidad y de paz que se siente cuando, en una ladera, te acuestas mirando al cielo. Esa tranquilidad, sin tiempo ni espacio, que te proporciona el cielo es incomparable y, muchas veces, indefinible. Ver las diferentes formas de las nubes que decoran el azul del cielo. Unas veces con formas que intentas adivinar qué son y, otras, con líneas que parecen escribir historias que sólo el cielo es testigo. El cielo es como una gran página donde las nubes son la tinta para poder expresar lo que siente. Fantástica tinta que nos hace disfrutar el momento, y sonreír cuando lo recordamos.
Dicen que la existencia de la tinta se remonta a los chinos en el año 400 a . C. Es posible que su descubrimiento fuera una casualidad o, todo lo contrario, la investigación y la búsqueda de alguien. Sea del modo que sea su descubrimiento no podemos negar su importancia. Maravillosas e increíbles historias se han podido materializar y deleitar con ellas. Por ese motivo, recuerdo la historia de un bolígrafo que sólo quería crear. Era un bolígrafo de tinta negra, no tenía nada en especial ni colores maravillosos ni brillos. Pero su tinta sólo quería escribir historias de otro mundo, ilusiones, fantasías y, sobre todo, alegrar el alma de las personas. Sin embargo, su dueño era alguien huraño que sólo sabía dar golpes, gritar y escribir con rabia. Cuando su dueño no se daba cuenta el bolígrafo escribía historias cortas, no más largas de dos reglones. Eran mensajes de amor con la intención de que su dueño abriera los ojos a otro modo de vivir. Lamentablemente, su dueño, se enfurecía más. Pensaba que alguien le quería tomar el pelo, y gritaba más. El bolígrafo, siguió escribiéndole, se dijo que utilizaría hasta su última gota de tinta para alegrar aquella alma atormentada que, en el fondo, quería vivir.
Sus mensajes cada vez calaban más profundamente en el corazón de su dueño aunque seguía sin hacer caso. En uno de sus mensajes el bolígrafo le dijo: “al cielo has de mirar con los ojos del niño que fuiste”. No se sabe por qué, sin embargo, su dueño miró hacia la ventana y empezó a mirar las nubes. Sin saberlo, el bolígrafo había encontrado la forma de recordarle a su dueño la felicidad de los niños. Cuando era pequeño jugaba a mirar el cielo y ver las formas de las nubes. “Esa nube es un conejo, esa una cara, esa un sombrero,…”
Por fin, recordó la inocencia, la fantasía, y lo maravilloso que es el mundo. Se dio cuenta de su malhumor, de su rabia y, abrió los ojos. No sabía quién le escribía aquellas frases, y jamás pensó que pudiera ser su bolígrafo. Sin embargo, cambió. Quizá no debamos olvidar nunca mirar la vida con los ojos de los niños, aunque sólo sea un minuto al día.
A.Machancoses