BAILE DE BAMBÚ
He escuchado y leído grandes leyendas. He visto a
personas afrontar los retos de sus vidas. Quizá, a grandes retos grandes personas.
Tan sólo sé una verdad; la historia se escribe haciendo, luchando y creando, de
ese modo, nuevas leyendas. Los grandes hitos son recordatorios de que se puede
conseguir. El bambú no fue siempre como es, cuentan que antes era duro, recto
y, algunos se atreven a decir que, hasta antipático. Su meta era crecer y
crecer para llegar al cielo. Nunca miraba a su alrededor, sus ojos estaban
puestos en el cielo. No se relacionaba con nadie. El bambú a pesar de su
actitud siempre crecía en grupo y, aunque entre las cañas de bambú no se
hablaban, estaban muy pegadas unas de otras. El viento observaba al bambú, para
él era loable su determinación, sin embargo, también era consciente de la
soledad, dureza y tristeza que tenían. De este modo, el viento decidió que
había llegado el momento de que el bambú aprendiera a luchar por sus metas sin
dureza y con amor.
Una mañana el viento empezó a soplar sobre el grupo
de cañas de bambú. Ellas se esforzaban por seguir rectas, por mantener intacta
su postura. Todas en silencio. El viento soplaba y decía: “bailad”. Ninguna
hacia caso, ni siquiera miraban. El viento seguía con su empeño y cada vez era
más fuerte su ráfaga. Y repetía: “bailad”. Su situación estaba llegando al
límite, si continuaban así seguramente se iban a resquebrajar. Y el viento: “bailad”.
Las cañas empezaron a mirarse unas a otras. Estaban todas desconcertadas.
Intentaron agruparse para seguir rectas y erguidas. El viento les dijo: “así
mejor, pero, no”, y continuó soplando. El desconcierto entre ellas fue mayor.
Por un lado no entendían qué se proponía el viento y, por otro lado, estaban
emocionadas experimentando lo que era interactuar entre ellas. Habían conocido
lo que era la amistad, y era reconfortante. Sin embargo, el viento no cesaba en
su empeño. “Bailad”.
Una de las cañas de bambú pensó que se iba a partir
por la mitad y se dejó llevar, el viento la meció con cariño. La caña se dijo
para sí misma que aquel era el fin y, sin embargo, se sintió mecer y querer.
Aquel movimiento no sólo aliviaba su dolor sino que le daba libertad y placer.
Iba de un lado a otro, subía y bajaba. Aquello era maravilloso. El viento
decía: “eso es, baila”. Era fantástico, no podía creer lo que estaba haciendo
y, sobre todo, pensaba en todo lo que se había perdido hasta el momento. El
resto de cañas se fueron soltando poco a poco. Entre ellas se podía escuchar la
música de la libertad y el placer. El viento estaba orgulloso: “bailad
pequeñas, bailad”.
Desde entonces, el bambú se volvió flexible, originó
su propio baile y, por supuesto, en grupo.
A. Machancoses