viernes, 14 de julio de 2017




BAILE DE BAMBÚ

He escuchado y leído grandes leyendas. He visto a personas afrontar los retos de sus vidas. Quizá, a grandes retos grandes personas. Tan sólo sé una verdad; la historia se escribe haciendo, luchando y creando, de ese modo, nuevas leyendas. Los grandes hitos son recordatorios de que se puede conseguir. El bambú no fue siempre como es, cuentan que antes era duro, recto y, algunos se atreven a decir que, hasta antipático. Su meta era crecer y crecer para llegar al cielo. Nunca miraba a su alrededor, sus ojos estaban puestos en el cielo. No se relacionaba con nadie. El bambú a pesar de su actitud siempre crecía en grupo y, aunque entre las cañas de bambú no se hablaban, estaban muy pegadas unas de otras. El viento observaba al bambú, para él era loable su determinación, sin embargo, también era consciente de la soledad, dureza y tristeza que tenían. De este modo, el viento decidió que había llegado el momento de que el bambú aprendiera a luchar por sus metas sin dureza y con amor.
Una mañana el viento empezó a soplar sobre el grupo de cañas de bambú. Ellas se esforzaban por seguir rectas, por mantener intacta su postura. Todas en silencio. El viento soplaba y decía: “bailad”. Ninguna hacia caso, ni siquiera miraban. El viento seguía con su empeño y cada vez era más fuerte su ráfaga. Y repetía: “bailad”. Su situación estaba llegando al límite, si continuaban así seguramente se iban a resquebrajar. Y el viento: “bailad”. Las cañas empezaron a mirarse unas a otras. Estaban todas desconcertadas. Intentaron agruparse para seguir rectas y erguidas. El viento les dijo: “así mejor, pero, no”, y continuó soplando. El desconcierto entre ellas fue mayor. Por un lado no entendían qué se proponía el viento y, por otro lado, estaban emocionadas experimentando lo que era interactuar entre ellas. Habían conocido lo que era la amistad, y era reconfortante. Sin embargo, el viento no cesaba en su empeño. “Bailad”.  
Una de las cañas de bambú pensó que se iba a partir por la mitad y se dejó llevar, el viento la meció con cariño. La caña se dijo para sí misma que aquel era el fin y, sin embargo, se sintió mecer y querer. Aquel movimiento no sólo aliviaba su dolor sino que le daba libertad y placer. Iba de un lado a otro, subía y bajaba. Aquello era maravilloso. El viento decía: “eso es, baila”. Era fantástico, no podía creer lo que estaba haciendo y, sobre todo, pensaba en todo lo que se había perdido hasta el momento. El resto de cañas se fueron soltando poco a poco. Entre ellas se podía escuchar la música de la libertad y el placer. El viento estaba orgulloso: “bailad pequeñas, bailad”.
Desde entonces, el bambú se volvió flexible, originó su propio baile y, por supuesto, en grupo.

 A. Machancoses





















           



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