martes, 28 de octubre de 2014






LAS OLAS

Muchos han tenido una abuela que los apretujaba, otros una abuela que les daban veinte besos a la vez en la mejilla, otros una abuela o una tía que les pellizcaba los mofletes, etc. Esos besos o apretones de los que quieres huir y odias. Y hay que ver la cara de felicidad con la que lo hacen.
Os contaré lo que hacía la mía. Mi abuela siempre que me veía me acariciaba la cabeza y me peinaba el pelo con la mano. No parece nada extraordinario pero me ponía de los nervios. Un día, más harto que otra cosa, le pregunté que por qué me hacía eso. Estaba convencido de que se enfadaría conmigo pero, no aguantaba más. Exploté. Sin embargo, fue todo lo contrario a lo que yo esperaba. Mi abuela empezó a reírse sin parar, yo estaba desconcertado. Cuando logró parar de reír me dijo que si no conocía la historia del mar y la tierra. Evidentemente, no tenía ni idea. Y me la contó así:
“El mar y la tierra eran vecinos, se conocían desde siempre y un día se pusieron a hablar y hablar. Hacían su trabajo pero rápidamente se buscaban. Se contaban todas sus historias, sus ilusiones, sus esperanzas, sus planes y su vida. Poco a poco, sin darse cuenta, se fueron enamorando locamente. Ninguno de los dos podía vivir sin el otro, se adoraban. Pero, existía un problema, nunca podrían estar realmente juntos. El mar le juró y le prometió a la tierra amor eterno,  ella sería todo y por ella moriría. La tierra, por su parte, estaba muy apenada, sabía que las cosas no cambiarían jamás y que no lograrían estar juntos. No podía dejar de llorar. El mar al ver que sufría tanto no podía soportarlo y para evitar su sufrimiento le hizo una promesa a la tierra. El mar le dijo que le iba a demostrar su amor eternamente, que no cesaría nunca de acariciarla con sus olas. Una detrás de otra las olas del mar acarician la tierra, sin cesar, sin tregua, sin fin. En todo momento la acaricia para que no olvide, ni dude, de que el mar la quiere y la ama. Juntos pero separados y amados con la caricia del amor.”

Entonces lo entendí, mi abuela me acariciaba como el mar acariciaba a la tierra, su amada. Me quería y me lo demostraba de ese modo. Desde ese día empezaron a gustarme las caricias de mi abuela y, desde luego, cuando voy a la playa sonrío y me acuerdo de mi abuela. Maravillosas caricias que te transmiten el amor.

A.Machancoses 

lunes, 27 de octubre de 2014





LAS NUBES

Qué recuerdos más gratos conservo de mi niñez. Los veranos los vivíamos minuto a minuto, cada instante era único y una aventura. Cuando terminaba el colegio nos reuníamos una cuadrilla de siete, éramos cuatro chicos y tres chicas. Después de desayunar quedábamos en vernos en la esquina de mi casa. Había un cobertizo que nos ofrecía un poco de sombra y espacio para sentarnos. Era nuestro mundo. Cogíamos nuestras bicicletas e íbamos acudiendo. Cuando ya estábamos todos salíamos de ruta. Ir en grupo nos daba más fuerza y mayor sensación de libertad. La primera parada siempre era la misma: “la ladera de las nubes”. En realidad, no tenía nombre esa ladera pero nosotros la habíamos bautizado así. Era una ladera con un poco de pendiente completamente poblada de hierba muy verde y fresca. Al llegar dejábamos las bicis, nos deslizábamos entre la hierba y nos acostábamos mirando el cielo. La poca pendiente que tenía el lugar nos daba mayor comodidad y, creo, una mayor visión del cielo. La hierba era tan mullida que era como echarse en un colchón y, además, se podía oler el olor de la hierba. Nos dedicábamos a mirar las nubes y a decir qué veía cada uno. Creo que llegamos a ver casi de todo en la forma de las nubes: corderitos, pájaros, coches, caras, perros, manos, etc… El reto consistía en ver a quién se le ocurrían más figuras o, quizá, tenía más imaginación. Aunque, ahora de adulto, parezca que era una tontería no pasaba ni un día que no lo hiciéramos. Había días en los que las nubes pasaban muy deprisa, parecía que iban corriendo. Otras veces las nubes iban más lentas y apenas se podía notar su movimiento. Mientras mis amigos iban diciendo posibles figuras que veían, o se imaginaban, yo me preguntaba cuanta gente podría estar viendo las mismas nubes que yo. Veía el cielo como el techo de una gran casa, era como el techo de todos, así que ¿Cuántos estarían viendo lo mismo que yo?¿podrían ver las mismas figuras que nosotros o verían otras?. La verdad es que las nubes nos hipnotizaban y se nos pasaba el tiempo volando. Aprendí a ver los colores de las nubes. No, no todas las nubes son blancas, aunque siempre las pintamos de color blanco. Tenían diferentes tonos de blanco, había blancos más luminosos que otros, y blancos más opacos. A veces, las nubes también tenían tonos grisáceos, sobre todo cuando se avecinaba una tormenta. Y, sin punto de comparación, los colores más preciosos aparecían cuando el sol se reflejaba en las nubes. Daba paso a colores rosáceos, anaranjados y amarillentos, todos entremezclados. Era una paleta de colores maravillosos que creo que no tenían ni nombre y que, seguramente, sería incapaz de reproducir. También había un cielo que nos encantaba a todos y que bautizamos como “el peine del cielo”. Era cuando los rayos del sol atravesaban las nubes y quedaban separados como las púas de un peine. El cielo peina la tierra, nos decíamos. Cuando me acuerdo no puedo evitar sonreír. Nos lo pasábamos bien solo con nuestra imaginación y éramos capaces de fijarnos en nuestro entorno. Todo era una aventura, una oportunidad para aprender y, sobre todo, felicidad. Ahora pasan los días y apenas miro al cielo, siempre tengo que hacer algo, tengo que trabajar o llego tarde a algún sitio. Por eso, cuando me acuerdo, sonrío y miro al cielo, me llega esa felicidad de la inocencia de la infancia. Me gustaría acordarme más veces y mirar más veces las nubes, seguramente las nubes nos siguen regalando imágenes y siguen jugando con nosotros.

A.Machancoses

domingo, 26 de octubre de 2014







Formato e-book
Páginas: 203
Género: espiritualidad y erotismo
ISBN: 9788483262436


“Aquí y allí”

Marga es una universitaria con una vida perfecta. Tiene a sus amigas, está estudiando lo que le gusta y, sobre todo, tiene a su novio. Todo va sobre ruedas y tiene todo lo que deseaba. Sin embargo, en su interior empieza a sentir nuevas inquietudes. Sin ser consciente, la vida que tiene no le llena. Se apuntará a clases de yoga pensando en hacer un poco de ejercicio. Sorprendentemente, esa decisión cambiará su vida por completo. El yoga le abrirá las puertas a un mundo que desconocía. Empezará a querer encontrar respuesta a todas sus preguntas y dudas. Las clases de yoga que, en principio, sólo eran para distraerse, harán que emprenda un viaje hacia su interior y de búsqueda. Aprenderá a meditar y, poco a poco, estará en pleno camino espiritual. Tendrá experiencias sorprendentes que harán que viva en contacto con este mundo y con el otro, vivirá el “aquí” y el “allí”. Aprenderá a ayudar a los demás y, al mismo tiempo, el verdadero sentido de la vida. El mundo es energía y la energía es vida. Pero, ¿qué pensarías si el amigo al que le cuenta su historia es un roble?¿Cómo se puede vivir en dos mundos a la vez?. ¿Quizá en la vida se pueden hacer más cosas que vivir como esperan que vivas?. La casualidad no existe y, el universo conspira a nuestro favor.

sábado, 25 de octubre de 2014







UN HOGAR: LA TIERRA

Es posible que alguien piense que la tierra es aburrida, que siempre hace lo mismo, que siempre está en el mismo lugar, que no aporta nada y, seguramente, ni aprecien su presencia. Otros pensarán que la tierra es simplemente un suelo para apoyarse y hacer grandes construcciones. Algunos más avezados apreciaran la belleza de las plantas o los árboles. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. La tierra está en continua fiesta, está en continuo cambio y en un juego constante. Cada vez nos proporciona una temperatura; hay tiempos de calor, tiempos de lluvia, tiempos de frío, tiempos de viento, tiempos de nieve, etc… Sí, hay cuatro estaciones pero cada año tienen una característica, nunca son iguales al año anterior. Se podría pensar: “este año nos quiere ver abrigados”, “este año sólo quiere que llueva”, “este año quiere vernos en el mar y nos da calor”, etc. Por otro lado, en cada estación nos obsequia con unas frutas diferentes y características. ¿Quién no se acuerda de la fruta de verano? ¿o de la fruta de invierno?. Podríamos decir que juega con los colores y los sabores. En verano frutas frescas, coloridas y apetitosas; y en invierno frutas más sobrias pero con mayor aporte enérgico para aguantar el frío. Tiempo de castañas, avellanas o nueces, por ejemplo.
Cuando quiere nos empieza a cubrir con nubes, las va amontonando y hace que nos llueva y nos limpie el lugar. Si uno se fija es posible saber cuándo va a llover, en realidad, se puede oler. Existe el olor previo a la lluvia que avisa de su venida y, cómo no, el olor de después a tierra mojada. No son el mismo olor pero ambos son una bendición. Nos deja caer un agua fresca, limpia y llena de vida. Nos limpia y se riega a la vez. Ver caer la lluvia puede llegar a ser algo realmente espiritual.
Algo muy importante que no se nos puede olvidar es la ayuda que nos presta la tierra. Sí, se preocupa por nosotros y de nuestras necesidades. Tiene plantas maravillosas que nos deleitan con su belleza y, al mismo tiempo, nos ayuda con ellas. Nos regala plantas que nos pueden curar, cada una tiene una característica especial. Mima y hace crecer todo tipo de plantas creando toda una farmacia a nuestro alcance. Que no se nos olvide cómo nos influye en nuestra comida, cómo cambiaría nuestra comida sin esas especias tan sabrosas que dan el toque exquisito. Realmente es maravillosa la tierra, no es sólo un lugar es todo lo que en ella ocurre y se crea. Es toda una madre que está pendiente de nosotros y nos ayuda. Creemos que somos sus propietarios y que estamos aquí para explotarla. Sin embargo, la verdad es que nosotros le pertenecemos a ella. Muy a nuestro pesar nos recuerda con algún enfado que la que tiene el control es ella. No, no me asusto, la tierra nos ama y tiene una gran paciencia y una gran fe en nosotros. Creo que nos quiere más que nosotros nos queremos. Es toda una madre. ¿Sigues pensando que todo es una casualidad?¿crees que la tierra sigue siendo solo un lugar?. Yo no. Es mi hogar y mi madre a la vez. 


A.Machancoses












sábado, 18 de octubre de 2014




LA CUEVA

Me perdí. Sí. Ese día salí a las montañas y no regresé. Hacía mucho tiempo que al pasar cerca de aquella montaña sentía unas ganas irrefrenables de subir. Siempre me quedaba mirando la cima, como hipnotizado. Se formaba una especie de atracción muy fuerte, me encontraba imantado hacia ese pico. No era una montaña muy alta, y tampoco destacaba por nada, por eso me parecía más que asequible poder subir. Sin embargo, siempre decía que tenía que ir pero nunca llegaba el momento. Cuando me alejaba parecía que se pasaba el efecto de ese imán, hasta que volvía a ocurrir. Aquel día, creo que era domingo, estaba solo en casa y me acordé de la montaña. Me dije: “¿por qué no?, cogí una pequeña mochila para llevar algo de agua para el camino y me dirigí hacia allí. Recuerdo que al llegar al pie de la montaña me recorrió el cuerpo una especie de escalofrío, desconcertante y dulce a la vez. Estaba preparado y ansioso por empezar el ascenso. Decidí seguir una senda que se veía subir hacia la cima. No podía dejar de sonreír y empecé el ascenso. Era un día soleado y lleno de luz, era espectacular. A medida que iba subiendo me iba sintiendo más parte de ese lugar, era como regresar al hogar. No sentía miedo ni precaución en ningún sentido, y seguía sonriendo. Llevaba horas andando, sin parar de seguir el sendero; no acababa de llegar a la cima, siempre faltaba un poco. Estaba sorprendido porque, a pesar de llevar horas andando, no estaba cansado y sólo sentía ganas de continuar. Después de unas cuantas horas más se fue apagando la luz del sol, en pocos minutos el cielo se puso gris y surgieron un grupo de nubes. No lo podía entender pero estaba convencido de que iba a llover, y así ocurrió. Empezó a caer una lluvia torrencial, era una auténtica cortina de agua. Logré ver entre los matorrales la entrada a una cueva, no sabía lo que habría dentro pero parecía un buen sitio para refugiarse de aquella tormenta monzónica. La cueva no era muy grande pero era acogedora. Me senté en unas piedras y apoyé mi espalda en la pared. El sonido del agua y el olor a tierra mojada lo impregnaban todo. No me di cuenta y, creo que, me dormí. Noté una paz que jamás había notado y que creo que nunca seré capaz de explicar. Poco después, escuché una voz que dijo: “bienvenido a mi casa”. No entendía nada, ¿Quién vivía allí?. La voz siguió diciendo: “Hace tiempo que te estoy llamando y, por fin, has venido. Eres un hombre especial, tu corazón es limpio como mi lluvia y ha llegado el momento de que avances en tu camino. Lo que tu alma ansía desde hace tanto tiempo va a ocurrir. Estoy muy feliz”. Me desperté de golpe, mi corazón latía de modo que parecía que se me iba a salir y estaba totalmente desconcertado. No estaba seguro de haber soñado todo lo que había oído o, por otro lado, lo había escuchado realmente. Sin embargo, me sentía más ligero, tenía una mente más lúcida que nunca y, sobre todo, veía las cosas diferentes. Hasta ese momento no había visto a ningún tipo de animal en la montaña, y empecé a ver a todos los que por allí estaban. No había visto la gran variedad de árboles que había, y ahora lo veía. No había escuchado nada, y ahora escuchaba la voz del viento. Era parte de la naturaleza y podía escucharla. Me sentía parte de la vida que allí había, era una parte más de un todo. Era precioso. Cesó la lluvia y abandoné la cueva. Miré al cielo y las nubes me dijeron adiós. Miré a mi alrededor y estaba en la cima, ¿cómo había llegado?. Entonces la montaña me respondió: “Llegaste a la cima al poco tiempo de empezar el ascenso, sin embargo, te hice andar y andar para asegurarme de que realmente me querías encontrar, que tu fe no desfallecía y que, tardaras lo que tardaras, estabas dispuesto a llegar. Escuchaste mi llamada, decidiste venir e insististe en llegar hasta el final. Ahora conoces una verdad que pocos conocen y la respuesta que tu alma ansiaba. Vuelve a visitarme”.
No sabía si había perdido la cabeza o qué era lo que me ocurría. Lo que estaba claro, y no podía negar, era todo lo que había sentido. También era verdad que la cima estaba a pocos minutos y, de hecho, descendí en diez minutos. No hacían falta horas para llegar a la cima. Y, lo más sorprendente era que mi alma sí que tenía la respuesta que buscaba. En mi interior siempre tuve una pregunta insistente, necesitaba saber si existía algo más en el mundo porque en lo más profundo me negaba a creer que sólo existía lo que podía ver, o lo poco que había conocido. Era verdad, hay más, mucho más. Ese día subió un hombre a una montaña y bajó otro diferente.

A.Machancoses

sábado, 11 de octubre de 2014

































EL VIENTO


El viento sigue soplando. No puedo evitar seguir mirando al cielo. Siempre que sopla el viento es mejor parar y descansar. La última vez que se levantó tan fuerte todo fueron catástrofes. Cuando es una brisa suave es muy agradable, es como una caricia, sin embargo, cuando se enfada y empieza a ser huracanado hay que tener mucho cuidado. No sé qué habrá despertado su furia pero yo andaría con cautela. No es fácil hacer enfadar el viento, no he visto nunca a nadie que sea tan paciente como él. Seguramente algo habrá visto que le ha indignado. Sé de buena tinta que lo único que no soporta el viento es la injusticia. A mí no me gustaría que el viento se enfadase conmigo, no hay escondite posible cuando ruge. Hay que decir también que el viento es el mejor amigo que se puede tener. A mí me ha ayudado en varias ocasiones y no lo olvidaré jamás. Gracias a él llegué un día a mi casa, no me quedaban fuerzas y ya estaba desfallecido pensando que no llegaba a casa y que era mi último día. El viento me dio el empujón necesario y las fuerzas para llegar a casa sano y salvo. Me encanta cuando está contento y empieza a silbar, tiene un sonido inconfundible y, para mí, es como una nana que me cantan de noche que me deja dormido. Otras veces, cuando no puede silbar, se acerca y te acaricia, es como si te susurrara al oído que está ahí, que siempre está. Es un fiel amigo y un gran guardador de secretos. Jamás ha ido contando nada de nadie, no se dedica a desperdigar lo que, en confianza, la gente le confía. En ocasiones creo que vale más por lo que calla que por lo que sabe. Quizá sea porque él tiene una mayor perspectiva ante los problemas y los ve de otro modo. Sea como sea, siempre apoya y ayuda a todos. Siempre está preparado para dar ese empujón que parece que te falta. Algo muy injusto habrá visto para que esté tan alterado. Viaja mucho y conoce a todo el mundo, pero como él dice: “nunca se acaba de conocer a nadie, siempre te pueden sorprender para bien o para mal”. No lo he dicho pero también es muy sabio. A veces, se detiene a hablar con grandes maestros y pensadores, según cuenta él le encanta una buena conversación. No lo dudo, no he visto jamás a nadie con una mente tan abierta y con tantas ganas de aprender y de hacer cosas. Recuerdo un día en el que estaba verdaderamente triste, uno de sus maestros había muerto y lo echaba de menos. Me dijo que había personas que dejaban huella en el resto, que dejaban un gran vacío aunque antes de partir te habían dejado el corazón lleno. No sé si soy capaz de entender exactamente lo que quiso decir, lo que sí que entiendo es que a mí me costaría vivir sin alguno de mis amigos. Ahora es mejor estar parado y quieto esperando que su enfado pase y que se recomponga. A los arboles esta situación les gusta más, para ellos es como si les diera un masaje, les mueve las ramas, les tira las hojas que ya están secas y les acaricia su tronco. Se ponen contentos y parece que bailen para el viento. Para mí es mejor parar y esperar, mandarle ánimos y besos para que sepa que lo queremos y que estamos con él. Sin embargo, qué voy a saber yo, solo soy un pájaro que juega con él y que lo adora.

A.Machancoses