LA CUEVA
Me perdí. Sí. Ese día salí a las montañas y no
regresé. Hacía mucho tiempo que al pasar cerca de aquella montaña sentía unas
ganas irrefrenables de subir. Siempre me quedaba mirando la cima, como
hipnotizado. Se formaba una especie de atracción muy fuerte, me encontraba
imantado hacia ese pico. No era una montaña muy alta, y tampoco destacaba por
nada, por eso me parecía más que asequible poder subir. Sin embargo, siempre
decía que tenía que ir pero nunca llegaba el momento. Cuando me alejaba parecía
que se pasaba el efecto de ese imán, hasta que volvía a ocurrir. Aquel día,
creo que era domingo, estaba solo en casa y me acordé de la montaña. Me dije:
“¿por qué no?, cogí una pequeña mochila para llevar algo de agua para el camino
y me dirigí hacia allí. Recuerdo que al llegar al pie de la montaña me recorrió
el cuerpo una especie de escalofrío, desconcertante y dulce a la vez. Estaba
preparado y ansioso por empezar el ascenso. Decidí seguir una senda que se veía
subir hacia la cima. No podía dejar de sonreír y empecé el ascenso. Era un día
soleado y lleno de luz, era espectacular. A medida que iba subiendo me iba
sintiendo más parte de ese lugar, era como regresar al hogar. No sentía miedo
ni precaución en ningún sentido, y seguía sonriendo. Llevaba horas andando, sin
parar de seguir el sendero; no acababa de llegar a la cima, siempre faltaba un
poco. Estaba sorprendido porque, a pesar de llevar horas andando, no estaba
cansado y sólo sentía ganas de continuar. Después de unas cuantas horas más se
fue apagando la luz del sol, en pocos minutos el cielo se puso gris y surgieron
un grupo de nubes. No lo podía entender pero estaba convencido de que iba a
llover, y así ocurrió. Empezó a caer una lluvia torrencial, era una auténtica
cortina de agua. Logré ver entre los matorrales la entrada a una cueva, no
sabía lo que habría dentro pero parecía un buen sitio para refugiarse de
aquella tormenta monzónica. La cueva no era muy grande pero era acogedora. Me
senté en unas piedras y apoyé mi espalda en la pared. El sonido del agua y el
olor a tierra mojada lo impregnaban todo. No me di cuenta y, creo que, me
dormí. Noté una paz que jamás había notado y que creo que nunca seré capaz de
explicar. Poco después, escuché una voz que dijo: “bienvenido a mi casa”. No
entendía nada, ¿Quién vivía allí?. La voz siguió diciendo: “Hace tiempo que te
estoy llamando y, por fin, has venido. Eres un hombre especial, tu corazón es
limpio como mi lluvia y ha llegado el momento de que avances en tu camino. Lo
que tu alma ansía desde hace tanto tiempo va a ocurrir. Estoy muy feliz”. Me
desperté de golpe, mi corazón latía de modo que parecía que se me iba a salir y
estaba totalmente desconcertado. No estaba seguro de haber soñado todo lo que
había oído o, por otro lado, lo había escuchado realmente. Sin embargo, me
sentía más ligero, tenía una mente más lúcida que nunca y, sobre todo, veía las
cosas diferentes. Hasta ese momento no había visto a ningún tipo de animal en
la montaña, y empecé a ver a todos los que por allí estaban. No había visto la
gran variedad de árboles que había, y ahora lo veía. No había escuchado nada, y
ahora escuchaba la voz del viento. Era parte de la naturaleza y podía
escucharla. Me sentía parte de la vida que allí había, era una parte más de un
todo. Era precioso. Cesó la lluvia y abandoné la cueva. Miré al cielo y las
nubes me dijeron adiós. Miré a mi alrededor y estaba en la cima, ¿cómo había
llegado?. Entonces la montaña me respondió: “Llegaste a la cima al poco tiempo
de empezar el ascenso, sin embargo, te hice andar y andar para asegurarme de
que realmente me querías encontrar, que tu fe no desfallecía y que, tardaras lo
que tardaras, estabas dispuesto a llegar. Escuchaste mi llamada, decidiste
venir e insististe en llegar hasta el final. Ahora conoces una verdad que pocos
conocen y la respuesta que tu alma ansiaba. Vuelve a visitarme”.
No sabía si había perdido la cabeza o qué era lo que
me ocurría. Lo que estaba claro, y no podía negar, era todo lo que había
sentido. También era verdad que la cima estaba a pocos minutos y, de hecho,
descendí en diez minutos. No hacían falta horas para llegar a la cima. Y, lo
más sorprendente era que mi alma sí que tenía la respuesta que buscaba. En mi
interior siempre tuve una pregunta insistente, necesitaba saber si existía algo
más en el mundo porque en lo más profundo me negaba a creer que sólo existía lo
que podía ver, o lo poco que había conocido. Era verdad, hay más, mucho más.
Ese día subió un hombre a una montaña y bajó otro diferente.
A.Machancoses
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