domingo, 2 de octubre de 2016


EL BONSÁI



Él estaba allí. En realidad, siempre estaba allí. Siempre la esperaba a la salida del trabajo apoyado contra la pared. Aquel era un día de tantos en el que iban a hacer lo mismo de siempre. Se cogerían de la mano, se sonreirían y se pondrían a andar. Vivían en un mundo gris. Las calles eran grises, las casas eran grises, la ropa era gris, su piel era grisácea y su destino, seguramente, igual de gris. Sus abuelos les habían contado historias de cuando el mundo estaba lleno de color y el cielo era azul. Sin embargo, ellos sólo lo habían visto en dibujos. Habían requisado todas las fotografías que existían de aquel mundo fresco, colorido y con vida. Nadie tenía imágenes, estaba prohibido. Parecía un cuento de ficción que el mundo tuviese colores cuando, ahora, tan solo se conocían los colores negros y grises. Era posible que alguien se lo hubiese inventado para ir en contra de las normas. Un mundo con hierba, ¿quién se podía creer eso? Era sorprendente que alguien se llegase a imaginar la existencia de un sol redondo, lleno de luz y que calentaba la tierra. Únicamente existía el día y la noche. No había ningún sol. No había duda de que era un cuento precioso que alguien, algún día, se inventó o pudo imaginar. Un cuento que se había convertido en una leyenda de la que nadie se atrevía a hablar en público. Estaba penado con la cárcel simplemente el hecho de nombrar ese mundo maravilloso. Nadie entendía por qué era tan peligroso aquel mundo imaginario ¿qué importaba contar un cuento? No obstante, ese día no fue uno más. Al llegar a casa vieron que no había nadie. Empezaron a gritar, subieron al piso de arriba y tampoco había nadie. Miraron en la cocina y nada. Pensaron que quizá hubiesen salido de compras y que no tardarían en volver. Decidieron acomodarse en el salón y jugar con el nuevo juego triteluetérileo. Era la última novedad. Habían mejorado mucho el juego y ahora era muy fácil teletransportarse, y la nitidez de las imágenes tridimensionales era alucinante. De repente, oyeron un ruido que provenía del sótano. Ambos se quedaron mirando sin entender nada. ¿Habría entrado un ladrón en la casa mientras estaban jugando y no se habían enterado?. Tenían que ir a ver qué ocurría. También era posible que simplemente fuese su mascota gaianalo que hubiese salido ya de su letargo. Nunca se sabía qué podían hacer las mascotas de su raza. Se dirigieron hacia la puerta que daba a las escaleras del sótano, la abrieron sin hacer ruido para asomarse. Al abrir la puerta una luz amarilla les cegó. Jamás habían visto luz amarilla, la luz era blanca y nada más. Les resultaba agradable aquella luz y les daba calor en la cara. No parecía peligroso y decidieron bajar. Cuanto más bajaban más luz había y daba la impresión de parecerse a lo que era el día. No podían abrir los ojos muy bien porque no estaban acostumbrados a ese resplandor, aunque no te cansabas de esa luz, todo lo contrario, querías más, te hacía sentir bien. No sabían de dónde podía salir la luz. En el sótano, en una esquina, vieron sentado de espaldas a su abuelo. La luz salía de algo redondo que estaba encima de él. Se acercaron despacio y lo sorprendieron:
-       ¡Dios mío! ¿qué hacéis aquí? ¿y tu madre?
-       Abuelo, no había nadie en casa. Hemos escuchado un ruido y hemos bajado. ¿Qué es eso?
-       ¡Maldición! Tu madre me va a matar.
-       Si me explicas qué es esto no le contaré nada. Te lo aseguro, por Telurón!
-       Promételo, está en juego nuestras vidas.
-       No me asustes abuelo.
-       Está bien. Conocéis el cuento del mundo con color, ¿verdad?
-      
-       Esto es un trozo de ese mundo que dicen que es una invención. Mi abuelo conservó lo que pudo de aquel mundo antes de que se lo llevasen todo. Después se lo dejó a mi padre y él a mí. Supongo que ha llegado la hora de que os lo deje a vosotros.
-       ¿En serio? ¿era real?
-       Me temo que sí. El mundo era un lugar precioso lleno de colores. Había hierba, todo tipo de flores, árboles, ríos, montañas, un cielo azul y un sol. También se podían ver estrellas en el cielo por las noches no como ahora que sólo vemos oscuridad. Estamos dentro de una gran caja. Poco a poco fueron destruyendo el mundo; la avaricia del hombre y las ansias de poder acabaron con todo.
-       Y, ¿qué es eso?
-       Esto es un bonsái, un árbol en miniatura. Lo hemos ido cuidando a lo largo de las generaciones y es la prueba de que ese mundo que quieren que olvidemos existió.
-       Y, ¿ese tipo de luz?
-       Esa luz es una bombilla especial que simula la luz del sol. Los árboles necesitaban la luz del sol para poder vivir. Ahora conocéis el secreto más maravilloso y precioso que exista. Sin embargo, también es el secreto más peligroso que jamás podías llegar a saber. Si alguien se entera de esto nos mataran a todos.

La tierra ya no era como antes, se había convertido en un mundo artificial y mecánico. Pretendían que las personas dejasen de pensar, que nadie quisiera recuperar el mundo tal y como era.

-       Abuelo, me encantaría ver ese mundo. ¿Qué podemos hacer?
-       Sé que hay cientos de bonsáis escondidos. También sé que se escondieron de todo tipo de plantas y animales. No somos los únicos. Hay miles de sótanos como este. Se creó una sociedad oculta que trabaja en el silencio para recuperar ese mundo que nos arrebataron. Sabemos que llegará el día en el que todo estará dispuesto para volver a crear la tierra como era. Ese día saldremos todos, cada uno con lo que ha estado conservando generación tras generación. Volveremos a disfrutar de la luz del sol.
-       Abuelo, enséñanos a cuidar el bonsái. Tenemos una misión.
-       Por supuesto, será un placer.



A. Machancoses






martes, 23 de febrero de 2016






LA TINTA DEL CIELO


Nada es comparable con la sensación de plenitud, de felicidad y de paz que se siente cuando, en una ladera, te acuestas mirando al cielo. Esa tranquilidad, sin tiempo ni espacio, que te proporciona el cielo es incomparable y, muchas veces, indefinible. Ver las diferentes formas de las nubes que decoran el azul del cielo. Unas veces con formas que intentas adivinar qué son y, otras, con líneas que parecen escribir historias que sólo el cielo es testigo. El cielo es como una gran página donde las nubes son la tinta para poder expresar lo que siente. Fantástica tinta que nos hace disfrutar el momento, y sonreír cuando lo recordamos.
Dicen que la existencia de la tinta se remonta a los chinos en el año 400 a. C. Es posible que su descubrimiento fuera una casualidad o, todo lo contrario, la investigación y la búsqueda de alguien. Sea del modo que sea su descubrimiento no podemos negar su importancia. Maravillosas e increíbles historias se han podido materializar y deleitar con ellas. Por ese motivo, recuerdo la historia de un bolígrafo que sólo quería crear. Era un bolígrafo de tinta negra, no tenía nada en especial ni colores maravillosos ni brillos. Pero su tinta sólo quería escribir historias de otro mundo, ilusiones, fantasías y, sobre todo, alegrar el alma de las personas. Sin embargo, su dueño era alguien huraño que sólo sabía dar golpes, gritar y escribir con rabia. Cuando su dueño no se daba cuenta el bolígrafo escribía historias cortas, no más largas de dos reglones. Eran mensajes de amor con la intención de que su dueño abriera los ojos a otro modo de vivir. Lamentablemente, su dueño, se enfurecía más. Pensaba que alguien le quería tomar el pelo, y gritaba más. El bolígrafo, siguió escribiéndole, se dijo que utilizaría hasta su última gota de tinta para alegrar aquella alma atormentada que, en el fondo, quería vivir.
Sus mensajes cada vez calaban más profundamente en el corazón de su dueño aunque seguía sin hacer caso. En uno de sus mensajes el bolígrafo le dijo: “al cielo has de mirar con los ojos del niño que fuiste”. No se sabe por qué, sin embargo, su dueño miró hacia la ventana y empezó a mirar las nubes. Sin saberlo, el bolígrafo había encontrado la forma de recordarle a su dueño la felicidad de los niños. Cuando era pequeño jugaba a mirar el cielo y ver las formas de las nubes. “Esa nube es un conejo, esa una cara, esa un sombrero,…”
Por fin, recordó la inocencia, la fantasía, y lo maravilloso que es el mundo. Se dio cuenta de su malhumor, de su rabia y, abrió los ojos. No sabía quién le escribía aquellas frases, y jamás pensó que pudiera ser su bolígrafo. Sin embargo, cambió. Quizá no debamos olvidar nunca mirar la vida con los ojos de los niños, aunque sólo sea un minuto al día.
A.Machancoses 


miércoles, 10 de febrero de 2016



CARICIAS

Conocí a una persona que moría por las caricias. Contaba que sentía tanto cuando recibía una caricia que era algo adictivo. No dejó de sorprenderme, no podía entender cómo una simple caricia era tan importante para alguien. ¿Tanta soledad hemos creado en la sociedad como para anhelar cualquier tipo de caricia?
Fueron muchas las charlas, y de muchas horas, las que mantuve con esta persona. En realidad, era muy sensible. Quizá era muy avanzado para la época en la que vivía. O, simplemente, sabía apreciar lo que era importante de lo que no lo es.
No se trataba de recibir lo que fuera, él así lo explicaba: “una caricia de corazón te hace renacer, te hace conectar con el verdadero espíritu de lo que es el amor”. Supongo que tenía razón, hoy en día las palabras también se utilizan sin sentido de la oportunidad. En cantidad de veces alguien te dice “amor”, “cariño”, “corazón”, pero, realmente no se sabe si son conscientes de lo que dicen. Posiblemente, todas estas palabras sí que tengan su valor en el sitio y en el momento que hay que decirlas.
Como decía este amigo mío, sólo existe un gran acariciador en el mundo. Uno que no se cansa de acariciar, que lo hace porque sí, a cambio de nada. Me contaba que no le importaba la persona, si era guapo o feo, si era bueno o malo, si era de aquí o de allá, él acaricia a todo el mundo. Cuando me decía esto no alcanzaba a comprender quién era capaz de hacer aquello. Creo que mi amigo disfrutaba con mi perplejidad. Y, sí, tenía razón, aunque fuese un sinsentido. El viento, me dijo, señalando con el dedo hacia el cielo. No podía creer lo que me estaba diciendo. Lo primero que pensé es que me estaba tomando el pelo. Sin embargo, volví a entender que no. Simplemente, mi amigo era especial. Con una gran sonrisa empezó a decirme: “seguro que has oído hablar del amor incondicional. ¿Qué es más incondicional que acariciar a todo el mundo? Probablemente, habrás escuchado lo de ayudar a quien sea, y, ¿qué es más que dar un empujoncito a quien sea? Quizá te parezca una locura, pero del viento también se puede aprender. Déjate acariciar por él, mécete en él, disfruta de sus caricias, y siéntelo en tu cara. Estoy seguro de que disfrutarás de esa sensación de plenitud que te va a transmitir”.
Después de estas palabras, me quedé en silencio. Ese día no volví a intercambiar ninguna palabra con él. No tenía muy claro si todavía me estaba tomando el pelo. Llegó la noche y todavía seguía pensando en sus palabras. Evidentemente, era una persona mucho más sabia que yo y, además, muchísimo más sensible. Empecé a darme cuenta de que lo que había hecho era darme una gota de sabiduría. Mediante una alegoría había introducido en mi vida el amor incondicional, la ayuda a los demás y el amor hacia uno mismo. Qué tonto me sentí por haber pensado mal de él. Sólo me estaba enseñando. Y tenía razón, el amor incondicional no tiene límites, aunque sea difícil de entender y practicar. Ahora, cada vez que siento el viento en mi cara sonrío, disfruto y recuerdo esta bonita lección.

 A.Machancoses