PEQUEÑOS TESOROS ESCONDIDOS.
Tom vivía en el mismo pueblo desde que nació, apenas
había viajado y, prácticamente, no conocía el mundo. De pequeño era un niño muy
tímido que le costaba hacer amigos y, por ese motivo, sólo tenía un amigo al
que adoraba. Habían crecido juntos y habían tenido muchas experiencias en su
pequeño pueblo. La verdad es que Tom adoraba a su amigo porque era todo lo
contrario a él. Su amigo era decidido, extrovertido, sin miedo, y siempre
pensaba en las consecuencias después de hacer las cosas. Tom era introvertido,
callado, miedoso, y daba muchas vueltas a las cosas antes de hacerlas. Quizá
era por eso por lo que se llevaban tan bien. Le proporcionaba la fuerza que le
hacía falta para hacer lo que fuera. Tom era un chico muy brillante, era
inteligente, juicioso, muy buena persona y con un gran talento para trabajar la
madera. Era capaz de sacar de un taco de madera la figura más bella y fina que
se pudiese ver. Sus manos se ponían en marcha con dulzura, seguras, sin parar,
y daba la impresión de que liberaba a la figura que un día se quedó encerrada
en aquel trozo de madera. Era impresionante verlo trabajar. Su amigo le había
dicho infinidad de veces que tenía que presentar sus trabajos en algún sitio,
que tenía que dar a conocer su trabajo y vivir del don que tenía en sus manos.
Sin embargo, Tom no se atrevía, él pensaba que aquello que hacía no era algo
tan extraordinario y que nadie le iba a hacer caso. Un chico de pueblo que hace
figuritas, ¿dónde va a ir?. A su amigo le daba mucho coraje ver cómo su amigo
no se valoraba. Seguramente, se pasaría la vida sin intentar nada y sin valorarse.
Tenía que ayudar a su amigo como fuera, no podía consentir que siguiera
viviendo de ese modo, Tom era una persona que valía la pena, y su mejor amigo. Le
dio mil vueltas a la cabeza, tenía que ser capaz de encontrar el modo de que
diese un paso adelante. Él se iría pronto a vivir a la ciudad y Tom se quedaría
sólo y, lo que es peor, estancado por culpa de sus miedos. Estuvo toda la noche
pensando y, al final, se le ocurrió un modo de ayudarle. Parecía una tontería
lo que se le había ocurrido pero tenía que intentarlo. Fue a ver a Tom y le
dijo:
“Sabes que pronto me voy a ir a vivir a la ciudad.
He encontrado un buen trabajo allí y me tengo que ir. La vida nos va a separar
por caminos diferentes. La ciudad no está lejos pero no será lo mismo que vernos
todos los días. Sé que siempre te ha gustado mi cinturón marrón, siempre te
quedas mirándolo e, incluso, un día me lo pediste. Si haces memoria recordarás
que no te contesté, me quedé en silencio y no te hice caso. Ahora te voy a
explicar el por qué no te hice caso. Este cinturón me lo regaló mi abuelo
cuando yo era pequeño, me dijo que era el cinturón de la fuerza y que me
ayudaría. Era un cinturón que me haría ser valiente, que me quitaría los
miedos, que me ayudaría a superar los problemas y que sería un fiel servidor.
Mi abuelo tenía razón, este cinturón me ha ayudado mucho, nunca he tenido
miedo, siempre he salido de los problemas y, ahora, sigo con ganas de hacer
grandes cosas y comerme el mundo. Ahora ya sabes por qué tengo tanta fuerza y
soy como soy. Mi cinturón me ha ayudado siempre. Sin embargo, creo que quedarme
el cinturón toda mi vida sería de ser egoísta, pienso que a partir de ahora
tiene que ayudar a otra persona a vivir lo que yo he vivido hasta el día de
hoy. Por este motivo te lo quiero regalar, Tom. A partir de ahora va a ser tu
cinturón, te va a ayudar y, no lo dudes, te va a quitar el miedo de golpe”.
Tom no se podía creer lo que estaba oyendo, el
secreto de la fuerza y del optimismo de su amigo estaba en aquel cinturón
marrón. No sabía qué contestarle a su amigo, no podía quitar los ojos de aquel
cinturón. Lo único que pudo hacer fue coger el cinturón con sus manos e irse a
su casa. Lo puso encima de la mesa y estuvo durante horas mirándolo fijamente.
¿Sería verdad lo que le había dicho su amigo?¿tendría tanto poder un simple
cinturón?. Su amigo no le había mentido nunca y, lo del cinturón, no tenía por
qué ser mentira. Además, siempre que habían hecho algo divertido su amigo había
llevado su cinturón puesto. Decididamente, tras pensar mucho, Tom pensó que su
amigo le había dicho la verdad, que delante de él tenía un cinturón muy
especial. Y, ahora, era suyo. De nuevo, le entraron los miedos y las dudas,
¿estaba preparado para vivir sin miedos?¿quería dejarlos atrás?. Lo más seguro
era que cuando se pusiera ese cinturón su vida cambiaría. Podría ser como su
amigo. Era algo maravilloso y aterrador al mismo tiempo. Siempre había querido
ser como su amigo y ahora era posible. Tenía que pensarlo muy bien, tenía que
decidir si quería cambiar de verdad.
Pasaban los días y no era capaz de ponérselo. Todas
las noches se pasaba horas mirándolo, sin más. Tenía que elegir bien el día
para cambiar, si es que era eso lo que deseaba. Su amigo lo observaba pero no
le volvió a decir nada sobre el cinturón, pensaba, o más bien deseaba, que un
día fuera capaz de ponérselo y superar sus miedos. Así llegó el día en que su
amigo se tenía que ir a la ciudad. Se despidieron sin palabras, ni un hasta
luego. Los dos eran muy conscientes de lo que ocurría y las palabras sobraban.
Su amigo empezaba una nueva aventura y él se quedaba, como siempre. Le dio
mucha tristeza por dos motivos, por un lado porque su amigo no iba a estar y,
por otro, sentía una gran tristeza de ver que sus miedos no le dejaban hacer
nada. Sí, en el fondo Tom sabía que no volaba del nido como su amigo porque,
simplemente, tenía miedo de todo.
El tiempo fue pasando y Tom cada vez se sentía más
solo, sin motivos para hacer nada. Recordaba todas las aventuras que había
vivido con su amigo, y lo echaba mucho de menos. Llegó hasta enfadarse con su
amigo aunque sabía que no tenía razón. Su amigo hacía lo que era mejor, vivir. Tom
cogió un trozo de madera y se puso a pulirla. Muchas veces no sabía qué figura
iba a hacer, simplemente empezaba y todo salía sin más. En esta ocasión, su
mente estaba pensando en su amigo y sus manos liberaban a una figura nueva.
Tras largas horas de trabajo Tom se dio cuenta de lo que había hecho. Miró la
figura aterrado. De aquel trozo de madera había salido una figura de un
viajante con una maleta en una mano y, en la otra mano, una figurita diminuta
de madera. ¿Cómo era posible?. Dejó caer la figura y echó a correr en dirección
a su habitación. Su mente le martilleaba diciendo que aquello era una señal,
que la figurita era él con su maleta y partía hacia un futuro nuevo. No podía
creerlo y, realmente, estaba asustado. Una vez en su habitación sacó el
cinturón de su amigo y se echó encima de la cama. Si lo que acababa de ocurrir
era una señal de que tenía que hacer algo, debía de hacer algo. Sin embargo,
era tanto el miedo que tenía que temblaba y tenía sudores fríos. Había llegado
el momento de decidir si quería cambiar o no. Pensaba y volvía a pensar, se
levantaba y se volvía a acostar, miraba el cinturón y luego lo escondía. Así
estuvo hasta bien entrada la noche hasta que levantó, cogió el cinturón y se lo
puso. Si era un cinturón con poderes y mágico cuando se levantara lo notaria.
Si el cinturón le iba a cambiar, no tenía de qué preocuparse, y se durmió. Al
día siguiente, al despertarse y sin lavarse la cara si quiera, se fue a su
taller, recogió la del suelo, la empaquetó bien, fue a la oficina postal y
remitió el paquete a un conocido marchante de arte. Después, volvió a casa e
hizo lo mismo que hacía todos los días. De vez en cuando tocaba el cinturón y
lo frotaba como si fuera una lámpara con un genio dentro. Pensaba que estaría
nervioso pensando si el marchante de arte le contestaría o no, sin embargo, no
estaba nada nervioso, todo lo contrario, tenía una tranquilidad inusual en él. El
marchante de arte no tardó en contestar, ante aquella maravilla hecha de madera
era imposible no reaccionar. Le mandó una carta citándolo para verse en una
galería de arte, su obra le había impresionado y lo quería conocer. Tom leyó más
de cien veces la carta, no se podía creer lo que ponía, estaban interesados en
sus figuras.
Al día siguiente acudió a la galería de arte y la
reunión fue un éxito, el marchante quería que le mandase todas sus obras y
montar una exposición para darlo a conocer. Tom no podía estar más feliz y, con
el pensamiento, iba dándole las gracias a su maravilloso cinturón. Había
logrado lo que él sólo no había hecho en toda su vida, y estaba muy agradecido.
Sólo tenía ganas de contarle a su amigo lo que había hecho y darle las gracias
por el cinturón. Sabía que su amigo vendría esa semana a ver a su familia y
había quedado con él para verse. Acudió a ver a su amigo como si nada hubiera
pasado, dejó que su amigo le contara todo lo que había hecho en la ciudad y
cómo le iba en el nuevo trabajo. Luego, casi cuando su amigo ya se iba, le dijo
que estaba muy agradecido por su cinturón y le contó todo lo ocurrido y que,
posiblemente, se verían por la ciudad pues tenía que hacer muchos viajes. Su
amigo estalló de felicidad, estaba muy orgulloso de Tom y, por fin, sabría todo
lo que valía él y su don. El cinturón es mágico, ha funcionado, me ha cambiado,
decía Tom. Su amigo se quedó mirándolo y le dijo:
“Te voy a contar algo. El cinturón que te regalé no
era de mi abuelo, no me lo regaló mi abuelo y, desde luego, no es mágico. Ese
cinturón me lo compró mi madre y me obligaba a ponérmelo, a mí no me ha gustado
jamás. Sé que te mentí y espero que no te enfades. Te dije que era mágico para
que tuvieras confianza en ti mismo y eso te impulsara a superar tus miedos y a
valorarte. En un principio pensé que era una tontería pero, como no se me
ocurría otra cosa, te lo dije. Pasaban los días y pensé que no había logrado
nada. Ahora sé que sí que hizo efecto y estoy muy contento. Tienes mucho
talento Tom y te has de dar cuenta ya”.
Tom se quedó unos minutos en silencio, su mente
tenía que asimilar lo que su amigo le acababa de contar. Si el cinturón no era
mágico, si el cinturón no había hecho nada, ¿lo había hecho sólo?. Pensaba que los
miedos se apoderarían de él de golpe, cosa que no ocurrió. Se sentía tan
fuerte, tan seguro, y con tantas ganas de vivir su nueva aventura, que no se
sintió mal ni vaciló. Él sólo había sido capaz de hacerlo todo, de superar su
miedo y de liberarse. Era tan grande la sensación de libertad que tenía
que la mentira de su amigo había sido
una bendición. Tom se levantó y abrazó a su amigo y le dio las gracias. Le
había hecho reaccionar y, sobre todo, vivir.
A partir de entonces, Tom no volvió a estar atado
por sus miedos. No quería decir que no tuviese que luchar por sus metas, ni
mucho menos, pero sí que se sentía capaz de hacer lo que fuera necesario. Era
libre. Cogió un gran trozo de madera y sacó de él el cinturón más bonito que
jamás se había visto, y presidió su exposición en la galería de arte que, por
cierto, fue un gran éxito.
A.Machancoses