domingo, 15 de febrero de 2015







EL AGUA; ESENCIA DE VIDA.


La tierra, poco a poco, se puso en funcionamiento. Fue estableciendo a todos los tipos de animales en los sitios que les había reservado. Les enseñó su hogar, lo que iba a ser su hábitat, cómo tenían que vivir y cómo sobrevivir. Estableció también a la vegetación, le enseñó dónde crecer, cómo crecer y, sobre todo, cómo ser feliz. Para la tierra todo ser vivo era un hijo y, la verdad, tenía muchos a su cargo y de toda clase. Adoraba a todas sus criaturas y las amaba por encima de todo. Hasta el ser más insignificante era parte de su vida. Cada ser tenía su gracia, sus características y era especial. Sin embargo, la tierra también era consciente de que habría problemas, de que la convivencia crearía algún roce y que, sin duda, tendría que ayudarles como hijos suyos que eran. La tierra tenía un problema, eran tantas las criaturas que tenía que era casi imposible estar en todos los sitios a la vez. Tenía que encontrar el modo de estar lo más cerca de todos, de que en caso de que necesitaran de ella pudiera estar sin ningún problema. Quería repartirles su amor a todos y llegar a todos. ¿Cómo lo haría? ¿Cuál sería la forma de darles su amor todos los días?

La tierra pensó durante bastante tiempo y, por fin, llegó a una solución. La forma de llegar a todos, de repartir amor a todos, de llegar al fondo del corazón de todos, de quererlos y de ayudarlos, sería el agua. El agua llegaba a todas partes, se mete por todos los rincones y, lo que es más importante, al beberla llega directamente al interior de todos. Utilizaría el agua para llevar su amor a todas sus criaturas. El agua sería la portadora de todos los sentimientos, iría cargada de amor, de sanación, de paz y de vida para todos. Todas sus criaturas necesitarían beber agua para vivir, de ese modo, todas tendrían su dosis de amor diaria de su madre, la tierra. Así es como la tierra le asignó esta gran tarea al agua, su misión es importantísima, sin agua la vida se apaga y todo desaparece. Por su parte, la tierra, aseguró a todos sus hijos que siempre estaría cuidando de todos y, ahora, en nuestros días, si observas el agua, si la acercas a tu cara, puedes sentir la vida que emite y que la necesitas. Sí, nosotros también somos una de sus criaturas y necesitamos de su amor, de su cuidado y de su agua. Dejémonos querer.

A.Machancoses




domingo, 8 de febrero de 2015





PEQUEÑOS TESOROS ESCONDIDOS. 



Tom vivía en el mismo pueblo desde que nació, apenas había viajado y, prácticamente, no conocía el mundo. De pequeño era un niño muy tímido que le costaba hacer amigos y, por ese motivo, sólo tenía un amigo al que adoraba. Habían crecido juntos y habían tenido muchas experiencias en su pequeño pueblo. La verdad es que Tom adoraba a su amigo porque era todo lo contrario a él. Su amigo era decidido, extrovertido, sin miedo, y siempre pensaba en las consecuencias después de hacer las cosas. Tom era introvertido, callado, miedoso, y daba muchas vueltas a las cosas antes de hacerlas. Quizá era por eso por lo que se llevaban tan bien. Le proporcionaba la fuerza que le hacía falta para hacer lo que fuera. Tom era un chico muy brillante, era inteligente, juicioso, muy buena persona y con un gran talento para trabajar la madera. Era capaz de sacar de un taco de madera la figura más bella y fina que se pudiese ver. Sus manos se ponían en marcha con dulzura, seguras, sin parar, y daba la impresión de que liberaba a la figura que un día se quedó encerrada en aquel trozo de madera. Era impresionante verlo trabajar. Su amigo le había dicho infinidad de veces que tenía que presentar sus trabajos en algún sitio, que tenía que dar a conocer su trabajo y vivir del don que tenía en sus manos. Sin embargo, Tom no se atrevía, él pensaba que aquello que hacía no era algo tan extraordinario y que nadie le iba a hacer caso. Un chico de pueblo que hace figuritas, ¿dónde va a ir?. A su amigo le daba mucho coraje ver cómo su amigo no se valoraba. Seguramente, se pasaría la vida sin intentar nada y sin valorarse. Tenía que ayudar a su amigo como fuera, no podía consentir que siguiera viviendo de ese modo, Tom era una persona que valía la pena, y su mejor amigo. Le dio mil vueltas a la cabeza, tenía que ser capaz de encontrar el modo de que diese un paso adelante. Él se iría pronto a vivir a la ciudad y Tom se quedaría sólo y, lo que es peor, estancado por culpa de sus miedos. Estuvo toda la noche pensando y, al final, se le ocurrió un modo de ayudarle. Parecía una tontería lo que se le había ocurrido pero tenía que intentarlo. Fue a ver a Tom y le dijo:

“Sabes que pronto me voy a ir a vivir a la ciudad. He encontrado un buen trabajo allí y me tengo que ir. La vida nos va a separar por caminos diferentes. La ciudad no está lejos pero no será lo mismo que vernos todos los días. Sé que siempre te ha gustado mi cinturón marrón, siempre te quedas mirándolo e, incluso, un día me lo pediste. Si haces memoria recordarás que no te contesté, me quedé en silencio y no te hice caso. Ahora te voy a explicar el por qué no te hice caso. Este cinturón me lo regaló mi abuelo cuando yo era pequeño, me dijo que era el cinturón de la fuerza y que me ayudaría. Era un cinturón que me haría ser valiente, que me quitaría los miedos, que me ayudaría a superar los problemas y que sería un fiel servidor. Mi abuelo tenía razón, este cinturón me ha ayudado mucho, nunca he tenido miedo, siempre he salido de los problemas y, ahora, sigo con ganas de hacer grandes cosas y comerme el mundo. Ahora ya sabes por qué tengo tanta fuerza y soy como soy. Mi cinturón me ha ayudado siempre. Sin embargo, creo que quedarme el cinturón toda mi vida sería de ser egoísta, pienso que a partir de ahora tiene que ayudar a otra persona a vivir lo que yo he vivido hasta el día de hoy. Por este motivo te lo quiero regalar, Tom. A partir de ahora va a ser tu cinturón, te va a ayudar y, no lo dudes, te va a quitar el miedo de golpe”.
Tom no se podía creer lo que estaba oyendo, el secreto de la fuerza y del optimismo de su amigo estaba en aquel cinturón marrón. No sabía qué contestarle a su amigo, no podía quitar los ojos de aquel cinturón. Lo único que pudo hacer fue coger el cinturón con sus manos e irse a su casa. Lo puso encima de la mesa y estuvo durante horas mirándolo fijamente. ¿Sería verdad lo que le había dicho su amigo?¿tendría tanto poder un simple cinturón?. Su amigo no le había mentido nunca y, lo del cinturón, no tenía por qué ser mentira. Además, siempre que habían hecho algo divertido su amigo había llevado su cinturón puesto. Decididamente, tras pensar mucho, Tom pensó que su amigo le había dicho la verdad, que delante de él tenía un cinturón muy especial. Y, ahora, era suyo. De nuevo, le entraron los miedos y las dudas, ¿estaba preparado para vivir sin miedos?¿quería dejarlos atrás?. Lo más seguro era que cuando se pusiera ese cinturón su vida cambiaría. Podría ser como su amigo. Era algo maravilloso y aterrador al mismo tiempo. Siempre había querido ser como su amigo y ahora era posible. Tenía que pensarlo muy bien, tenía que decidir si quería cambiar de verdad.
Pasaban los días y no era capaz de ponérselo. Todas las noches se pasaba horas mirándolo, sin más. Tenía que elegir bien el día para cambiar, si es que era eso lo que deseaba. Su amigo lo observaba pero no le volvió a decir nada sobre el cinturón, pensaba, o más bien deseaba, que un día fuera capaz de ponérselo y superar sus miedos. Así llegó el día en que su amigo se tenía que ir a la ciudad. Se despidieron sin palabras, ni un hasta luego. Los dos eran muy conscientes de lo que ocurría y las palabras sobraban. Su amigo empezaba una nueva aventura y él se quedaba, como siempre. Le dio mucha tristeza por dos motivos, por un lado porque su amigo no iba a estar y, por otro, sentía una gran tristeza de ver que sus miedos no le dejaban hacer nada. Sí, en el fondo Tom sabía que no volaba del nido como su amigo porque, simplemente, tenía miedo de todo.
El tiempo fue pasando y Tom cada vez se sentía más solo, sin motivos para hacer nada. Recordaba todas las aventuras que había vivido con su amigo, y lo echaba mucho de menos. Llegó hasta enfadarse con su amigo aunque sabía que no tenía razón. Su amigo hacía lo que era mejor, vivir. Tom cogió un trozo de madera y se puso a pulirla. Muchas veces no sabía qué figura iba a hacer, simplemente empezaba y todo salía sin más. En esta ocasión, su mente estaba pensando en su amigo y sus manos liberaban a una figura nueva. Tras largas horas de trabajo Tom se dio cuenta de lo que había hecho. Miró la figura aterrado. De aquel trozo de madera había salido una figura de un viajante con una maleta en una mano y, en la otra mano, una figurita diminuta de madera. ¿Cómo era posible?. Dejó caer la figura y echó a correr en dirección a su habitación. Su mente le martilleaba diciendo que aquello era una señal, que la figurita era él con su maleta y partía hacia un futuro nuevo. No podía creerlo y, realmente, estaba asustado. Una vez en su habitación sacó el cinturón de su amigo y se echó encima de la cama. Si lo que acababa de ocurrir era una señal de que tenía que hacer algo, debía de hacer algo. Sin embargo, era tanto el miedo que tenía que temblaba y tenía sudores fríos. Había llegado el momento de decidir si quería cambiar o no. Pensaba y volvía a pensar, se levantaba y se volvía a acostar, miraba el cinturón y luego lo escondía. Así estuvo hasta bien entrada la noche hasta que levantó, cogió el cinturón y se lo puso. Si era un cinturón con poderes y mágico cuando se levantara lo notaria. Si el cinturón le iba a cambiar, no tenía de qué preocuparse, y se durmió. Al día siguiente, al despertarse y sin lavarse la cara si quiera, se fue a su taller, recogió la del suelo, la empaquetó bien, fue a la oficina postal y remitió el paquete a un conocido marchante de arte. Después, volvió a casa e hizo lo mismo que hacía todos los días. De vez en cuando tocaba el cinturón y lo frotaba como si fuera una lámpara con un genio dentro. Pensaba que estaría nervioso pensando si el marchante de arte le contestaría o no, sin embargo, no estaba nada nervioso, todo lo contrario, tenía una tranquilidad inusual en él. El marchante de arte no tardó en contestar, ante aquella maravilla hecha de madera era imposible no reaccionar. Le mandó una carta citándolo para verse en una galería de arte, su obra le había impresionado y lo quería conocer. Tom leyó más de cien veces la carta, no se podía creer lo que ponía, estaban interesados en sus figuras.
Al día siguiente acudió a la galería de arte y la reunión fue un éxito, el marchante quería que le mandase todas sus obras y montar una exposición para darlo a conocer. Tom no podía estar más feliz y, con el pensamiento, iba dándole las gracias a su maravilloso cinturón. Había logrado lo que él sólo no había hecho en toda su vida, y estaba muy agradecido. Sólo tenía ganas de contarle a su amigo lo que había hecho y darle las gracias por el cinturón. Sabía que su amigo vendría esa semana a ver a su familia y había quedado con él para verse. Acudió a ver a su amigo como si nada hubiera pasado, dejó que su amigo le contara todo lo que había hecho en la ciudad y cómo le iba en el nuevo trabajo. Luego, casi cuando su amigo ya se iba, le dijo que estaba muy agradecido por su cinturón y le contó todo lo ocurrido y que, posiblemente, se verían por la ciudad pues tenía que hacer muchos viajes. Su amigo estalló de felicidad, estaba muy orgulloso de Tom y, por fin, sabría todo lo que valía él y su don. El cinturón es mágico, ha funcionado, me ha cambiado, decía Tom. Su amigo se quedó mirándolo y le dijo:
“Te voy a contar algo. El cinturón que te regalé no era de mi abuelo, no me lo regaló mi abuelo y, desde luego, no es mágico. Ese cinturón me lo compró mi madre y me obligaba a ponérmelo, a mí no me ha gustado jamás. Sé que te mentí y espero que no te enfades. Te dije que era mágico para que tuvieras confianza en ti mismo y eso te impulsara a superar tus miedos y a valorarte. En un principio pensé que era una tontería pero, como no se me ocurría otra cosa, te lo dije. Pasaban los días y pensé que no había logrado nada. Ahora sé que sí que hizo efecto y estoy muy contento. Tienes mucho talento Tom y te has de dar cuenta ya”.
Tom se quedó unos minutos en silencio, su mente tenía que asimilar lo que su amigo le acababa de contar. Si el cinturón no era mágico, si el cinturón no había hecho nada, ¿lo había hecho sólo?. Pensaba que los miedos se apoderarían de él de golpe, cosa que no ocurrió. Se sentía tan fuerte, tan seguro, y con tantas ganas de vivir su nueva aventura, que no se sintió mal ni vaciló. Él sólo había sido capaz de hacerlo todo, de superar su miedo y de liberarse. Era tan grande la sensación de libertad que tenía que  la mentira de su amigo había sido una bendición. Tom se levantó y abrazó a su amigo y le dio las gracias. Le había hecho reaccionar y, sobre todo, vivir.

A partir de entonces, Tom no volvió a estar atado por sus miedos. No quería decir que no tuviese que luchar por sus metas, ni mucho menos, pero sí que se sentía capaz de hacer lo que fuera necesario. Era libre. Cogió un gran trozo de madera y sacó de él el cinturón más bonito que jamás se había visto, y presidió su exposición en la galería de arte que, por cierto, fue un gran éxito.

A.Machancoses



martes, 3 de febrero de 2015




UN ESPECTÁCULO



Cuando vamos al cine para ver alguna película, apagan las luces. Cuando vamos al teatro a ver alguna obra, apagan las luces. Cuando acudimos a algún tipo de espectáculo, apagan las luces. En todos los casos se apagan las luces y empieza la acción, lo bueno, lo interesante, lo que se espera, lo que se quiere disfrutar. Nos sentamos, nos acomodamos y vemos el espectáculo.
La tierra hace lo mismo. Tras todo el día haciendo cosas, ocupándose de las plantas, de los árboles, de los animales, del agua, y de que todo esté bien, llega la noche y apaga las luces. Es entonces cuando empieza su espectáculo particular y espectacular. La tierra apaga las luces y, entonces, empiezan a salir las estrellas que forman parte del elenco de artistas. Las estrellas brillan, parece que tintinean. Unas son más grandes que otras. Algunas brillan más que otras. Y, si te fijas, las hay de diferente color. Y, empieza el espectáculo. Nada es comparable a quedarse tumbado mirando las estrellas. Seguramente, habrá gente a la que le parezca que siempre es el mismo espectáculo, que se repite y que aburre. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. El espectáculo va cambiando a lo largo del año, no son siempre las mismas estrellas las que salen a hacer su espectáculo. Las estrellas se agrupan, se sitúan y forman dibujos, sin duda, extraordinarios. En ocasiones se ve algún cisne, otras un carro, algún escorpión, o alguna joven. Así que, nunca se repite. Hay que añadir que sí que hay una estrella que siempre aparece. A esta estrella le gusta tanto la función que siempre aparece. Lo lleva en la sangre y no puede pasar ni un día sin acudir a la cita. Si te fijas en el espectáculo la podrás ver, forma parte de una gran osa, la osa mayor. Fíjate, siempre está. Tintinea y aplaude a las demás. A veces no sé si es parte de la función o es parte de los espectadores. Transmite su pasión.
Lo que no sabemos es quién tuvo primero la idea de apagar las luces para disfrutar de un espectáculo. ¿Fue la tierra o fueron las personas?. No se sabe pero me voy a aventurar. Creo que fue idea de la tierra, que ella fue la inventora de apagar las luces para disfrutar. Es tan perfecta en todos sus actos que son dignos de imitar. La tierra no pierde ninguna oportunidad para enseñarnos a disfrutar, a aprender y a ser más felices. Sí. No olvidemos que es una gran madre que siempre está ahí.
Espera, no digas nada. Ya apagan las luces. Disfrutemos del espectáculo de hoy.


 A.Machancoses