JUGAR CON EL VIENTO.
Dicen que el viento es como los niños. Recuerdo que
cuando era pequeño me gustaba ir en bicicleta, pedalear muy fuerte y sentir el
viento en mi cara. Era una sensación indescriptible de libertad. No escuchaba
nada más, se creaba una conexión con el viento de fuerza y de volar por el
cielo. Cuanto más lo sentía más quería y más me gustaba. Esos momentos eran
únicos, el tiempo no importaba y, desde luego, se hacía corto. Creo que lo que más
me gustaba era la sensación de libertad. Ahora, dicen que el viento es como los
niños, juguetón, inquieto, travieso y, sorprendentemente, feliz. Juega con las
plantas, con los árboles y, cómo no, con los pájaros. Hacen carreras para ver
quién llega antes. Lleva a los pájaros, los mece y los empuja. Realmente emocionante.
El viento mueve las plantas de las praderas y consigue hacer dibujos, sopla con
mayor o menor intensidad y, de ese modo, logra sacar figuras maravillosas. En
ocasiones, sopla sobre el agua y consigue dibujar ondas perfectas. Sin embargo,
creo que donde tiene un lienzo mayor es en el desierto y en playa. Para él es
muy fácil mover los granos de arena y dar la textura que está buscando. Quizá
desde el suelo no somos capaces de ver los diferentes dibujos que crea pero, si
se ve desde lo alto, crea figuras insospechadas. Mujeres que están nadando en
un mar de arena, animales que juegan entre ellos, o paisajes que parecen del
edén. En la playa dibuja para el mar, sabe que el mar no puede llegar hasta el
final y, ante las caricias del agua a la arena, dibuja para que el mar se
alegre. En realidad, son amigos y se hacen regalos. A veces, llena la arena de
pequeñas conchas imitando el fondo del mar. No es que el viento haya bajado
nunca al fondo del mar, no lo ha visto jamás, sin embargo, su amigo le cuenta
con detalle cómo es por dentro. El viento plasma lo que su amigo le dice,
intenta imaginar cómo es y lo dibuja. El mar sonríe, acaricia con más ganas la
arena y disfruta con la belleza de las creaciones del viento. Se conocen tantos
años que se adoran y se admiran. Ambos son creadores y, sobre todo,
transmisores de felicidad. Sin duda, el viento baila y, en alguna ocasión, se
ve cómo gira sobre él en medio del mar. No olvidemos que es capaz de silbar y
cantar, todos conocemos su sonido, hasta cuando se enfada. Creo que el viento
sabe disfrutar del mundo, viaja por él y le encanta. No me extraña que digan
que el viento es como los niños, siempre está dispuesto a vivir cualquier
aventura, nunca pierde la curiosidad y las ganas de aprender. Sabe que en el
mundo siempre hay algo que aprender y que, a pesar de todos los años que lleva
en el mundo, le queda mucho por hacer y por ver. Ojalá que yo nunca pierda esa
visión del mundo que tienen los niños, y esas ganas de hacer, aprender y
crecer. En realidad, el viento es un niño con una gran sabiduría. Escucha cómo
silba, déjate llevar por su libertad.
A.Machancoses
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