EL ARBOL, EL SR. GATO Y YO
Ya estoy en mi casa nueva, no está mal. La ventana
de mi habitación da a un pequeño jardÃn que hay en la entrada. Mi madre ha
encontrado un trabajo en este pueblo y nos hemos trasladado. TodavÃa es verano
y no tengo que ir al cole pero en septiembre iré al único colegio que hay aquÃ.
Mi madre insiste en que me va a ir muy bien y que tendré la oportunidad de
hacer nuevos amigos. A mà me parece que va a ser un rollo porque yo ya tenÃa
amigos y no querÃa tener nuevos amigos. No le digo nada e intento que no note
que realmente estoy preocupado. Nuevos amigos, nuevo colegio, nuevos
profesores… ¿Qué ocurrirá si no encuentro nuevos amigos?
La casa es muy grande, no es que tengamos la mejor
casa del pueblo, simplemente es que en este pueblo todas las casas son iguales.
La única diferencia que hay de una a otra es el jardÃn y el color de la casa. La
verdad es que es divertido. Nosotros tenemos la casa de color naranja con la
escalera, las ventanas y la verja del jardÃn de color amarillo. Es posible que
la gente de este pueblo no sepa orientarse, se pierdan y por eso necesitan las
casas de colores. O quizá no sepa nadie leer y no puedan encontrar su calle.
Creo que yo no me perderé. En una esquina del jardÃn hay un árbol enorme, no sé
de qué árbol se trata, nunca habÃa visto uno tan grande. Mi madre dice que debe
ser un árbol milenario. Por lo visto los arboles viven más que nosotros. El
tronco es muy grueso y sus ramas dan sombra a nuestro jardÃn y al jardÃn de la
casa de al lado. Es posible que cuando construyeran las casas el árbol ya
estuviera ahÃ. Alrededor de la verja hay pequeñas plantas aunque están todas
amontonadas. Mi madre dice que hay que quitar las malas hierbas, pero no tengo
ni idea de cuales son malas y cuales son buenas. Las cortaremos cuando volvamos
de hacer la compra y creo que ya tengo mi primer amigo nuevo, en la casa vive
un gato. No sé si tendrá nombre, creo que de momento le voy a llamar el Sr.
Gato. Nos miramos de reojo pensando: “sé que estás ahÔ, pero nos ignoramos.
Todas las mañanas está en el jardÃn, se deja caer delante del árbol y se queda
horas y horas mirándolo. No sé qué mirará, quizá es una costumbre de los gatos
de pueblo, quizá exista la tradición de toda la vida de que los gatos miran a
los árboles. En el mundo de los gatos puede que sea como ver una pelÃcula,
porque no sabemos qué aficiones son las que tienen los gatos. No sé, sin
embargo, al Sr. Gato le debe de gustar mucho el cine.
Esta mañana he bajado al jardÃn, he mirado hacia los
lados y ni rastro del Sr. Gato. TenÃa que aprovechar la ocasión y me he sentado
donde se sienta siempre, luego me he puesto a mirar el árbol. El tronco del
árbol es grueso y rugoso con diferentes tonos de marrón. No veÃa nada de
extraño y no entendÃa qué es lo que mira el Sr. Gato. Seguramente no nos gustan
las mismas pelÃculas. Sin embargo, empecé a mirar hacia arriba, hacia las hojas
y era precioso. Se movÃan las hojas y se formaban pequeños agujeritos por donde
pasaban los rayos del sol. Era como si la luz del sol reflejara contra espejos
pequeñitos y todos los reflejos llegaban a mi cara. A veces, me daban en los
ojos y me cegaban unos segundos. Era todo un espectáculo y empezaba a pensar
que el Sr. Gato sabÃa muy bien lo que hacÃa. Desde ese dÃa, cuando el sitio
estaba libre, iba y me sentaba a mirar las hojas del árbol. Empecé a sentirme
parte del jardÃn y amigo del árbol. Un dÃa, sentado allÃ, sin más, vino el Sr.
Gato y se sentó encima de mis piernas. Los dos mirábamos la misma peli. Ahora
éramos ya tres amigos, el árbol, el Sr. Gato y yo.
El verano estaba terminando y en una semana
empezaban las clases. Solo de pensarlo me ponÃa nervioso. Una tarde, en lugar
de sentarme delante del árbol como siempre, me senté apoyado en el tronco. No
podÃa dejar de pensar en el primer dÃa de clase. Empecé a notar cosquillas por
la espalda, miré y no habÃa nada, alcé la vista hacia las ramas y las hojitas
empezaron a moverse. No entendÃa cómo pero alguna vocecita me decÃa: “no te
preocupes, harás muchos amigos y, además, mis amigos serán tus amigos”.
Enseguida miré hacia el árbol de la casa de enfrente y movió las hojitas,
después el árbol de la casa siguiente, después el de la siguiente, y asà de
árbol en árbol. ¡Los árboles se comunicaban! ¡Estaba escuchando el idioma del
árbol! Todas las casas tenÃan un árbol en su jardÃn y no me habÃa dado cuenta.
Todas las familias tenÃan un árbol, y cada árbol tenÃa una familia. Todos los
arboles eran amigos y se comunicaban entre ellos. ¡Fantástico!. Empezaba a
gustarme el nuevo pueblo. Desde ese dÃa bajaba a sentarme en el tronco del
árbol para hablar con él y veÃa cómo se pasaban la voz de un árbol a otro. Si
los niños del pueblo eran tan divertidos como los arboles me lo iba a pasar muy
bien. Hasta se contaban historias divertidas.
Llegó el dÃa de ir a clase y estaba más que
nervioso. Cogà mi mochila y empecé a andar hacia el colegio que estaba al final
de la calle. No sabÃa si las piernas me iban hacia delante o hacia detrás. Mi
árbol le dijo al árbol de enfrente que me iba al colegio y éste al de su lado,
y éste al de su lado, y asà todos. Por cada casa que pasaba su árbol movÃa las
hojitas y me daba ánimos. Sin darme cuenta se me pasó todo el miedo que sentÃa,
entré a clase contento y empecé a conocer a los niños del pueblo. Me encontraba
tan acompañado que estaba feliz. TenÃa razón mi madre, en ese pueblo iba a
tener muchos amigos nuevos y me iba a encantar. Lo que no sabe mi madre es que
este pueblo es un pueblo que pertenece a los árboles, son ellos quienes eligen
a las familias y quienes las adoptan. Cada árbol cuida de una familia y cuando
mueven todos los arboles las hojas a la
vez, no es el viento, es que los arboles están de fiesta y se rÃen.
A. Machancoses
A. Machancoses
No hay comentarios:
Publicar un comentario