martes, 2 de septiembre de 2014













EL ARBOL, EL SR. GATO Y YO


Ya estoy en mi casa nueva, no está mal. La ventana de mi habitación da a un pequeño jardín que hay en la entrada. Mi madre ha encontrado un trabajo en este pueblo y nos hemos trasladado. Todavía es verano y no tengo que ir al cole pero en septiembre iré al único colegio que hay aquí. Mi madre insiste en que me va a ir muy bien y que tendré la oportunidad de hacer nuevos amigos. A mí me parece que va a ser un rollo porque yo ya tenía amigos y no quería tener nuevos amigos. No le digo nada e intento que no note que realmente estoy preocupado. Nuevos amigos, nuevo colegio, nuevos profesores… ¿Qué ocurrirá si no encuentro nuevos amigos?

La casa es muy grande, no es que tengamos la mejor casa del pueblo, simplemente es que en este pueblo todas las casas son iguales. La única diferencia que hay de una a otra es el jardín y el color de la casa. La verdad es que es divertido. Nosotros tenemos la casa de color naranja con la escalera, las ventanas y la verja del jardín de color amarillo. Es posible que la gente de este pueblo no sepa orientarse, se pierdan y por eso necesitan las casas de colores. O quizá no sepa nadie leer y no puedan encontrar su calle. Creo que yo no me perderé. En una esquina del jardín hay un árbol enorme, no sé de qué árbol se trata, nunca había visto uno tan grande. Mi madre dice que debe ser un árbol milenario. Por lo visto los arboles viven más que nosotros. El tronco es muy grueso y sus ramas dan sombra a nuestro jardín y al jardín de la casa de al lado. Es posible que cuando construyeran las casas el árbol ya estuviera ahí. Alrededor de la verja hay pequeñas plantas aunque están todas amontonadas. Mi madre dice que hay que quitar las malas hierbas, pero no tengo ni idea de cuales son malas y cuales son buenas. Las cortaremos cuando volvamos de hacer la compra y creo que ya tengo mi primer amigo nuevo, en la casa vive un gato. No sé si tendrá nombre, creo que de momento le voy a llamar el Sr. Gato. Nos miramos de reojo pensando: “sé que estás ahí”, pero nos ignoramos. Todas las mañanas está en el jardín, se deja caer delante del árbol y se queda horas y horas mirándolo. No sé qué mirará, quizá es una costumbre de los gatos de pueblo, quizá exista la tradición de toda la vida de que los gatos miran a los árboles. En el mundo de los gatos puede que sea como ver una película, porque no sabemos qué aficiones son las que tienen los gatos. No sé, sin embargo, al Sr. Gato le debe de gustar mucho el cine.

Esta mañana he bajado al jardín, he mirado hacia los lados y ni rastro del Sr. Gato. Tenía que aprovechar la ocasión y me he sentado donde se sienta siempre, luego me he puesto a mirar el árbol. El tronco del árbol es grueso y rugoso con diferentes tonos de marrón. No veía nada de extraño y no entendía qué es lo que mira el Sr. Gato. Seguramente no nos gustan las mismas películas. Sin embargo, empecé a mirar hacia arriba, hacia las hojas y era precioso. Se movían las hojas y se formaban pequeños agujeritos por donde pasaban los rayos del sol. Era como si la luz del sol reflejara contra espejos pequeñitos y todos los reflejos llegaban a mi cara. A veces, me daban en los ojos y me cegaban unos segundos. Era todo un espectáculo y empezaba a pensar que el Sr. Gato sabía muy bien lo que hacía. Desde ese día, cuando el sitio estaba libre, iba y me sentaba a mirar las hojas del árbol. Empecé a sentirme parte del jardín y amigo del árbol. Un día, sentado allí, sin más, vino el Sr. Gato y se sentó encima de mis piernas. Los dos mirábamos la misma peli. Ahora éramos ya tres amigos, el árbol, el Sr. Gato y yo.

El verano estaba terminando y en una semana empezaban las clases. Solo de pensarlo me ponía nervioso. Una tarde, en lugar de sentarme delante del árbol como siempre, me senté apoyado en el tronco. No podía dejar de pensar en el primer día de clase. Empecé a notar cosquillas por la espalda, miré y no había nada, alcé la vista hacia las ramas y las hojitas empezaron a moverse. No entendía cómo pero alguna vocecita me decía: “no te preocupes, harás muchos amigos y, además, mis amigos serán tus amigos”. Enseguida miré hacia el árbol de la casa de enfrente y movió las hojitas, después el árbol de la casa siguiente, después el de la siguiente, y así de árbol en árbol. ¡Los árboles se comunicaban! ¡Estaba escuchando el idioma del árbol! Todas las casas tenían un árbol en su jardín y no me había dado cuenta. Todas las familias tenían un árbol, y cada árbol tenía una familia. Todos los arboles eran amigos y se comunicaban entre ellos. ¡Fantástico!. Empezaba a gustarme el nuevo pueblo. Desde ese día bajaba a sentarme en el tronco del árbol para hablar con él y veía cómo se pasaban la voz de un árbol a otro. Si los niños del pueblo eran tan divertidos como los arboles me lo iba a pasar muy bien. Hasta se contaban historias divertidas.

Llegó el día de ir a clase y estaba más que nervioso. Cogí mi mochila y empecé a andar hacia el colegio que estaba al final de la calle. No sabía si las piernas me iban hacia delante o hacia detrás. Mi árbol le dijo al árbol de enfrente que me iba al colegio y éste al de su lado, y éste al de su lado, y así todos. Por cada casa que pasaba su árbol movía las hojitas y me daba ánimos. Sin darme cuenta se me pasó todo el miedo que sentía, entré a clase contento y empecé a conocer a los niños del pueblo. Me encontraba tan acompañado que estaba feliz. Tenía razón mi madre, en ese pueblo iba a tener muchos amigos nuevos y me iba a encantar. Lo que no sabe mi madre es que este pueblo es un pueblo que pertenece a los árboles, son ellos quienes eligen a las familias y quienes las adoptan. Cada árbol cuida de una familia y cuando mueven  todos los arboles las hojas a la vez, no es el viento, es que los arboles están de fiesta y se ríen.

A. Machancoses



 




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