EL LAGO
En la tierra existen lugares realmente maravillosos
y preciosos. De este modo, existía un valle por el que discurría un rio con el
agua más clara y fresca que jamás se había visto. Se podían ver las piedras del
fondo del rio y, sin ningún esfuerzo, los peces que bajaban con él. A los lados
del rio estaba lleno de todo tipo de árboles. Se podían distinguir pinos,
chopos, carrascas y, cerca del agua, se podían coger moras. Estar en ese valle
era como entrar en el paraíso, se podía escuchar el sonido del agua bajando por
el rio, los cantos de los pájaros; en resumen, se podía palpar la vida que allí
se respiraba. Pero, como siempre, el hombre tenía que hacer de las suyas. Se
dieron cuenta de que los pinos de ese valle eran de una calidad excelente y
pronto, muy pronto, empezaron a talar los pinos. La vida que antes se podía
hasta palpar se sumió en un gran silencio. Los pájaros se marcharon y, con
ellos, todos los animales que vivían por allí. El sonido tan típico que se
forma en las pinedas cuando sopla el viento, se acabó. El frescor de la sombra
de los árboles, se acabó. Ahora sólo se podía escuchar el ruido de las sierras
talando. Además, rio arriba, estaban construyendo una presa que iba a desviar
el cauce del rio hacia un pueblo cercano. Poco a poco, el valle fue
desapareciendo y, seguidamente, se secó el cauce del rio también. Lo que era
una maravilla de la naturaleza se quedó siendo una visión horrible de
destrucción. No quedaba nada en pie, ni nada vivo. La tierra se desconsoló, le
entró un gran sentimiento de tristeza de ver lo que habían hecho. Las cosas no
podían quedar de ese modo, y la tierra empezó a llorar. Se pasó dos días
enteros llorando y, con sus lágrimas, creó un lago. Era un lago profundo, muy
ancho y, en él, se podía respirar la sabiduría de la tierra. Sin embargo, la
tierra sabía que si el hombre veía ese lago tan precioso volvería y, lo más
probable, que volviera para seguir destrozando el lugar. Así que, la tierra
alzó su voz y dijo: “este lago nos devolverá la vida y será la casa de todos
los que aquí vivíamos. Sin embargo, el hombre no lo podrá ver, ante sus ojos
este lugar siempre será un desierto hasta el día que sus sentimientos cambien y
sepan amar”. Dicho esto, se formó una especie de neblina que rodeaba el lago y
que no permitía ver lo que allí había a los hombres. Los árboles volvieron a
crecer, los peces volvieron a nadar y todos los habitantes del valle
regresaron. La tierra hizo de nuevo un paraíso mientras los hombres sólo veían un valle de árboles talados. Desde entonces,
la tierra está esperando a que los hombres cambien, que sepan cuidar y tratar
bien a la tierra, para dejarlos entrar de nuevo en el valle. Ya nadie recuerda
el lugar exacto donde estaba aquel valle tan maravilloso, sólo se conoce la
leyenda que ha ido pasando de generación en generación. A mí me queda la
esperanza de que un día el hombre cambie y sepa valorar la tierra y cuidarla.
Mientras, cada vez que veo un valle desierto me siento a mirarlo y a pensar que
quizá, sólo quizá, sea allí donde está ese lago esperando. Entonces, cierro los
ojos y poniendo mi mano en el suelo le digo a la tierra: “yo ya he cambiado,
aquí tienes a alguien que siempre te va a cuidar. Y seremos más”. Quizá, sólo
quizá, un día la tierra nos deje entrar, si cambiamos.
A. Machancoses
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